Vagaba bajo los influjos de un deseo. Caminaba lento, con la
parsimonia que en alguna esquina la encontraría. El tiempo era pegajoso,
impregnaba todo el ambiente. Su frente sudorosa parecía manantial de su
existencia. Ay….pero ese deseo…lo tenía embarcado en su búsqueda. Su sombra ya no se divisaba. El no se
sorprendió. Tal vez el agotamiento de su cuerpo había hecho que se difuminara
en las aceras sucias. Se yerto sobre el pequeño paseo marítimo. Horas que no
dan lumbre a la existencia de alguien. Solo. Solo y sus pisadas. La mar formaba
un verde azulado que cautelosamente lo elevaba que ya estaba cerca. La
proximidad de hallar lo que buscaba lo absorbía en nubes de ensueño. Se
apresuró. Se descalzó y por la orilla de dorada arena vagaba. No podía estar
muy lejos. Ahí estaba. Escuchaba su voz
como eco con se desplazaba vibrante por sus cuerpo. Ese era el secreto. La cogió
entre sus manos y la puso en su oído. Sus sueños, sus deseos se habían
verificado. Una brisa tenue comenzó a soplar. El entumecido por aquellas
palabras se sentó. Si, sentarse. Frente a ese océano bello y maravillo. Lo
contemplaba sin decir palabra. La dejó en la arena. Allí estaba lo que buscaba,
la ondulación espectacular de esa masa viva de agua frente a sus ojos.
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