Tal vez he llegado temprano. Las estrellas ante un
firmamento límpido colapsan mis ojos oscuros. Se me ha caído un botón del
abrigo, después lo coseré. Estoy ante tu casa, tu casa encasilla en una ciudad
sin nombre, perdida en la niebla de los conocidos, de los desconocidos. Hace
tiempo que nadie te visita, que nadie te llama. Por ello he venido. Aire
enrarecido que me tira, que me aprieta y me empuja por la acera hasta tu
puerta. No sé si tocar. Un año nuevo ha brotado de las entrañas de este imperio
pero ya son muchos que nos hemos erguido sobre este planeta. Misterioso,
¿verdad? Tocar o no tocar. Luces apagadas, petardos amputando mi paso firme,
haciendo huir a perros y gatos flacos en la muerte de sus sentidos. Ábreme
grito. Una luz parece aflorar por la mirilla. Se detiene y abres. Aun estás
aquí me digo para mí misma. No me invitas a pasar, sales. Llevas pantalones
vaqueros, playeras y una chaqueta para omitir el viento helado que penetra por
cada orificio. Damos un paseo, largo, callado, mirando el cielo, esperando. La espera
se alarga por los desfiladeros del insomne agotamiento apartando nuestras
miradas de nuestras manos. Nos alejamos, agua que viene en el secreto de
nuestros pensamientos. Nos topamos con un viejo camposanto, cuervos nos esperan
en la copa de cipreses que brindan este año venido. Almas viejas, desgarradas
lanzan un cando decoroso en el transcurrir de nuestros pasos. No hay miedo, eso
nos espera, la muerte. Beben de las flores posadas en sus nichos, beben del
aliento anónimo de la noche. Seguimos, nos vamos. Ellos vuelven al cemente y el
frío mármol. Nosotras retomamos la senda de los acantilados, olas mordientes en
pleno auge de la brusquedad. Nuestros ojos se cruzan, nuestros ojos se apagan,
nuestros ojos se van, nuestros ojos se tornan blancos, nuestros ojos dicen
adiós. No, no he llegado temprano. El retraso impertinente ha sentenciado
nuestra distancia. Ella se queda, ahí, en los acantilados de las pardelas
grises. Yo, me voy con mi moribundo abrigo bajo mi techo. Es mejor así. Viene a
mí un refrescante aliento de arco de colores en el jardín infinito de mi
existencia. Tendré que comenzar de nuevo. No me vuelvo, la dejo. Ya las lunas
rumorearán en devenir de las jornadas que ha sido de ella.
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