domingo, enero 01, 2017

El devenir de las jornadas...

Tal vez he llegado temprano. Las estrellas ante un firmamento límpido colapsan mis ojos oscuros. Se me ha caído un botón del abrigo, después lo coseré. Estoy ante tu casa, tu casa encasilla en una ciudad sin nombre, perdida en la niebla de los conocidos, de los desconocidos. Hace tiempo que nadie te visita, que nadie te llama. Por ello he venido. Aire enrarecido que me tira, que me aprieta y me empuja por la acera hasta tu puerta. No sé si tocar. Un año nuevo ha brotado de las entrañas de este imperio pero ya son muchos que nos hemos erguido sobre este planeta. Misterioso, ¿verdad? Tocar o no tocar. Luces apagadas, petardos amputando mi paso firme, haciendo huir a perros y gatos flacos en la muerte de sus sentidos. Ábreme grito. Una luz parece aflorar por la mirilla. Se detiene y abres. Aun estás aquí me digo para mí misma. No me invitas a pasar, sales. Llevas pantalones vaqueros, playeras y una chaqueta para omitir el viento helado que penetra por cada orificio. Damos un paseo, largo, callado, mirando el cielo, esperando. La espera se alarga por los desfiladeros del insomne agotamiento apartando nuestras miradas de nuestras manos. Nos alejamos, agua que viene en el secreto de nuestros pensamientos. Nos topamos con un viejo camposanto, cuervos nos esperan en la copa de cipreses que brindan este año venido. Almas viejas, desgarradas lanzan un cando decoroso en el transcurrir de nuestros pasos. No hay miedo, eso nos espera, la muerte. Beben de las flores posadas en sus nichos, beben del aliento anónimo de la noche. Seguimos, nos vamos. Ellos vuelven al cemente y el frío mármol. Nosotras retomamos la senda de los acantilados, olas mordientes en pleno auge de la brusquedad. Nuestros ojos se cruzan, nuestros ojos se apagan, nuestros ojos se van, nuestros ojos se tornan blancos, nuestros ojos dicen adiós. No, no he llegado temprano. El retraso impertinente ha sentenciado nuestra distancia. Ella se queda, ahí, en los acantilados de las pardelas grises. Yo, me voy con mi moribundo abrigo bajo mi techo. Es mejor así. Viene a mí un refrescante aliento de arco de colores en el jardín infinito de mi existencia. Tendré que comenzar de nuevo. No me vuelvo, la dejo. Ya las lunas rumorearán en devenir de las jornadas que ha sido de ella. 

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