miércoles, enero 11, 2017

Veinte años...

Veinte años, años elaborando el crecimiento de mis sentidos. Vine en barco, navegante de cielos oscuros a la luz de los astros distantes. Vine con todos los deseos en mi equipaje, cortejando cada sueño con la más excitante imaginación, vertical, fuerte, yerta sobre rocas cuya ruptura sería imposible. Ahora estoy aquí, ha amanecido y aun ando en busca de aquellos que consideran el bienestar en el hacer del trabajo. En paro, sumiéndome en el derrumbe de mis pilares. Bajo un techo blanco donde transitan gentes de distintos lugares estoy, amarrada, cautelosa, compartiendo mi habitación con el olvido por aquello que anhelaba. Quería, ansiaba una vida corpulenta, esbozada en la infinitud de mis pasos columpiados por el quehacer de mi existencia. Vacío. Miro mis manos, arrugadas con el paso del tiempo, y el sonido frío del mañana me hace frágil, caída en la desorientación. Cierta incertidumbre me abate, me arrastra, me desgarra y no sé si ser llanto o continuar la firme pisada de que quizás, quizás hoy podrá ser. Rebosará en mi espíritu la alegría y el sudor de mis cansadas piernas se verá gratificado. Ya ni escribo a mi familia, me alejo en el humo de este cigarrillo que sostiene mis dedos, de estos zapatos gastados. Ellos sí, con su letra pueril me envían mensajes, preocupantes pues la situación en mi país es caótica. Guerra, armas que hacen infértiles las almas trotantes en el aliento. Hay que huir – como yo- de los campos de hiel sumergidos en la pena. Al menos tengo un techo, me acuesto y en mi edredón me envuelvo en la infelicidad de aquellos que me aman, que me piden esperanza. Todo es aborrecible. Aborrezco el cuchillo rajante de la paz, aborrezco los hilos dañados para el seguir, aborrezco la malignidad de los que quieren vencer. Ahora parece que va a amanecer. Si o no, no o si…para qué, la monotonía en esta isla me hace sentirme cobarde, malgastando mis años lejos de mi familia. Veinte años…

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