Veinte años, años elaborando el crecimiento de mis sentidos.
Vine en barco, navegante de cielos oscuros a la luz de los astros distantes.
Vine con todos los deseos en mi equipaje, cortejando cada sueño con la más
excitante imaginación, vertical, fuerte, yerta sobre rocas cuya ruptura sería
imposible. Ahora estoy aquí, ha amanecido y aun ando en busca de aquellos que
consideran el bienestar en el hacer del trabajo. En paro, sumiéndome en el
derrumbe de mis pilares. Bajo un techo blanco donde transitan gentes de
distintos lugares estoy, amarrada, cautelosa, compartiendo mi habitación con el
olvido por aquello que anhelaba. Quería, ansiaba una vida corpulenta, esbozada
en la infinitud de mis pasos columpiados por el quehacer de mi existencia.
Vacío. Miro mis manos, arrugadas con el paso del tiempo, y el sonido frío del
mañana me hace frágil, caída en la desorientación. Cierta incertidumbre me
abate, me arrastra, me desgarra y no sé si ser llanto o continuar la firme
pisada de que quizás, quizás hoy podrá ser. Rebosará en mi espíritu la alegría y
el sudor de mis cansadas piernas se verá gratificado. Ya ni escribo a mi
familia, me alejo en el humo de este cigarrillo que sostiene mis dedos, de
estos zapatos gastados. Ellos sí, con su letra pueril me envían mensajes,
preocupantes pues la situación en mi país es caótica. Guerra, armas que hacen infértiles
las almas trotantes en el aliento. Hay que huir – como yo- de los campos de
hiel sumergidos en la pena. Al menos tengo un techo, me acuesto y en mi edredón
me envuelvo en la infelicidad de aquellos que me aman, que me piden esperanza. Todo
es aborrecible. Aborrezco el cuchillo rajante de la paz, aborrezco los hilos
dañados para el seguir, aborrezco la malignidad de los que quieren vencer.
Ahora parece que va a amanecer. Si o no, no o si…para qué, la monotonía en esta
isla me hace sentirme cobarde, malgastando mis años lejos de mi familia. Veinte
años…
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