Ella esbozaba cierto susurro. Un susurro movido por las alas
del canto, de la voz nacida de un espíritu libre, sutil, emancipado de todo
mal. Ella con sus manos de una labor
dura, pesada pero a la vez bella se entregaba a los vientos de un piano
emergiendo en lo hondo de los sentidos. Ella, arrastrada por el fuego perenne
de las jornadas cuando la primavera llega a su final recorre arboledas
somnolientas en el eco de la madre tierra. Ella, casi perfecta, nostálgica,
llevada por el aliento del fuego danza y danza en los sueños de un nocturno que
respira magia a los pasos meditabundos cuando el sol emerge entre nubarrones
pálidos, gastados ¡Sí¡ el sueño conquistado a cada paso del tic-tac ,
despertando en el embeleso de sus labios. Ella, niebla trepando en los ojos huecos,
enamorados con las pisadas de la lluvia.
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