domingo, diciembre 09, 2018

LOS SIETE RISCOS...13


13
Los siete riscos de las siete mujeres, un templo mirando al mar, a la tierra de esas islas perdidas en la inmensidad de un mundo observado por astros a medida del paso del tiempo. Desconocidas montañas que barranco abajo, que barranco arriba respiran lentamente cada instante que concurre en sus raíces. Las siete mujeres, de los siete riscos abogando por la sonoridad de sus deseos, de esos sueños reales que tatúan sus venas. Ellas tendrán que da un giro al desorden de una cultura compulsiva en restos del ayer. Y allí nada cambiaba, todo igual, el mismo paisaje donde rocas estáticas y flora amarilla como escoba o azul como el trajinaste lo impregnaba de una sabiduría rara. Dragos en cada secuela de su piel, agrietado, escarpado, de difícil acceso solo para aquellas siete mujeres de los siete riscos. Dragos abrazados al lugar como hijos de la tierra , con sus raíces bien amarradas aquellos terrenos vacíos de amo. Y las siete mujeres de los siete riscos es a lo único que poseían respecto. Porqué ellos, dragos  cientos de años , las curaban de todo malestar en sus cuerpos, en su sangre. De cada daño causado en su vida casi en la intemperie. Incluso bebiendo de el cuando el agua era escasa, cuando la estación del sol y sequía discurría apresándolas en un calor chillón, terrible. Así eran mujeres, siete mujeres sanas, verticales, escudos a cualquier tormenta viniera de donde viniera. Mujeres que abogaban por dignidad de sus días, esos días enclavados en los siete riscos. Bajaban y subían, subían y bajaban pero nunca rondaban la aldea.  Por la vertiente norte, por la vertiente sur o como según se mire de sus riscos iban hasta donde las olas inmersas en nobleza las atendía para que sus cuerpos desnudos se sumergieran al son de las lunas, de los soles que andaban amenizando las horas en aquella isla. Era curioso pero ese baño era igual para todas ellas, a la hora exacta, en el día exacto. La tentación las sacudidas como hechizo de las olas, de la espuma blanca acariciando la orilla y un jardín de nubes animadas al son de su entereza. Cuerpos que se sumergían, cuerpos que emergían con la danza desigual de las mareas.


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