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Los
siete riscos de las siete mujeres, un templo mirando al mar, a la tierra de
esas islas perdidas en la inmensidad de un mundo observado por astros a medida
del paso del tiempo. Desconocidas montañas que barranco abajo, que barranco
arriba respiran lentamente cada instante que concurre en sus raíces. Las siete
mujeres, de los siete riscos abogando por la sonoridad de sus deseos, de esos
sueños reales que tatúan sus venas. Ellas tendrán que da un giro al desorden de
una cultura compulsiva en restos del ayer. Y allí nada cambiaba, todo igual, el
mismo paisaje donde rocas estáticas y flora amarilla como escoba o azul como el
trajinaste lo impregnaba de una sabiduría rara. Dragos en cada secuela de su piel,
agrietado, escarpado, de difícil acceso solo para aquellas siete mujeres de los
siete riscos. Dragos abrazados al lugar como hijos de la tierra , con sus
raíces bien amarradas aquellos terrenos vacíos de amo. Y las siete mujeres de
los siete riscos es a lo único que poseían respecto. Porqué ellos, dragos cientos de años , las curaban de todo malestar
en sus cuerpos, en su sangre. De cada daño causado en su vida casi en la intemperie.
Incluso bebiendo de el cuando el agua era escasa, cuando la estación del sol y
sequía discurría apresándolas en un calor chillón, terrible. Así eran mujeres,
siete mujeres sanas, verticales, escudos a cualquier tormenta viniera de donde
viniera. Mujeres que abogaban por dignidad de sus días, esos días enclavados en
los siete riscos. Bajaban y subían, subían y bajaban pero nunca rondaban la
aldea. Por la vertiente norte, por la
vertiente sur o como según se mire de sus riscos iban hasta donde las olas
inmersas en nobleza las atendía para que sus cuerpos desnudos se sumergieran al
son de las lunas, de los soles que andaban amenizando las horas en aquella
isla. Era curioso pero ese baño era igual para todas ellas, a la hora exacta,
en el día exacto. La tentación las sacudidas como hechizo de las olas, de la
espuma blanca acariciando la orilla y un jardín de nubes animadas al son de su
entereza. Cuerpos que se sumergían, cuerpos que emergían con la danza desigual
de las mareas.
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