domingo, marzo 24, 2019

Un sendero....


Un sendero y sus adentros un boscaje donde las ramas se estrangulan, se lían, se retuercen en el sabor de la humedad. Ella, mujer del frío y del despecho, se adentra con sus ojos perdidos en la atmósfera enraizadas de sus pasos. Ella, con el apetito de ser infinita oscuridad en los charcos de barro en su camino se engancha a la brisa matutina de su frescor. Ella, sola, con sus manos enhebrando caricias eclipsadas en el serpentear de su existencia, se pierde en el absoluto ruido de los arboles cuando la vejez mece sus raíces. Una vaga pena la alumbra, la seduce y siente la necesidad de ser leve como ave al encuentro de un rastro del sol. Un sol, astro eufórico, emotivo para anclar sus pisadas. Ella, en la soledad sembrada en su espalda, en los desiertos de sus labios, conversa con la madre tierra. Ella, se arrodilla donde el musgo amortigua sus rodillas y bebe de un pequeño arroyuelo que la hace emerger entre el silencio de su cuerpo y la saciedad de su garganta muda. Ella, levanta la cabeza y frente un cierto arco de colores la entrega a un espacio donde un pinzón azul la enamora. Y ella se pregunta ¿por qué no? Y el pinzón azul bebe de sus manos en forma de cuenco. Bebe de su cuerpo intacto en el paso del tiempo, de las horas, de las estaciones. Y ella se pregunta ¿puede ser? Vuelve al sendero que la llevó a ese milenario bosque. Una senda torturada, extinguida en el peso de los años. Mira al frente, su techo, el chillido abstraído de la urbe. Se retrae y en su razón imantada por un corazón de pinzón azul vuela y vuela hacia el sol.


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