En la cama con el placer del
sueño o eso creía. Estaba durmiendo o no. No sé, fijamente miraba el techo en
la oscuridad de la noche sin luna. Una extraña imagen de luz, una figura de
halo azul, verde me miraba desde el techo. No sentía miedo o alguna especie de
pánico que me arrastrara en un sudor frío. Era septiembre, un septiembre con un
clima pesado, pegajoso. Yo estaba despierta o no. Pero sí, estaba despierta. La
luz me hablaba y yo me sentía invitada a sus palabras. No se entendía muy bien,
pero creo que algo respecto a este mundo donde existimos. Constantemente
nombraba la palabra dimensión, yo no comprendía lo que quería decir con ello y
me levanté y la imagen de luz se puso ante mí, de pie, frente a frente. Alargo
una especie de sus brazos y me enrolló en su luz azul, verde. En ese instante
sentía cierto impacto sutil de energía en mi cuerpo. Temblé por un momento y
luego me deje arrastrar hasta donde quería llevarme. Cerré los ojos y como si
el tiempo se hubiera detenido pues me fije en mi reloj, estábamos frente a un
árbol. Un árbol cualquier, de cualquier parte del mundo. Mis ojos atentos lo
observó el árbol, como se desenrollaba aquella especie de energía de mi y
desaparecía. No me pregunté por qué estaba ahí, frente a un árbol ante un
parque desolado, desértico. Era el único, esbelto, gris, sin hojas con el
crujir de ramas que van cayendo a la tierra. Un presentimiento me vino a
buscar, un pensamiento del mañana, de un amanecer donde las cloacas del adiós
nos invocaban al desastre. Huí de él al encuentro de aquella luz para que me llevara
a mi realidad del presente. Corrí y corrí, con el desespero desbocado del
vacío, de la nada del futuro. Cerré los ojos y sentí un calor que subía por mis
piernas, por mis muslos, por mi vientre, por mis pechos, por mi cabeza. Los abrí,
en la cama, mirando el techo. Supe de lo que nos esperaba, supe de mi vida en
el hoy, supe del mañana. Ya lo estaba viviendo de manera inconsciente. Dormí,
hasta que mi gata blanca y negra me despertará a las siete. Son las siete,
elevo la mirada, elevo mi cuerpo, me asomo por una ventana y veo un árbol
similar que se le caen las hojas ante el otoño venidero. Hojarasca y hojarasca
revoloteando en busca del descanso.
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