La habitación que habito, cierro
la puerta cuando el nocturno cabalga junto a los astros. No, no quiero que se
vayan los sueños, eso decía mi abuela.
Hay que dormir a puerta cerrada
para que los sueños bonancibles se despierten al amanecer. El silencio guarda
el secreto y los riscos a trepar se convierten en barcas danzando peces
plateados cuando la mar retorna a la tranquilidad. La habitación que habito,
empeñada en un despertar donde los pozos del subconsciente erupcionan en un
jardín de deseos verticales. Me entrego
como decía ella a las sábanas blancas del descanso y me dejo sutilmente ir en
el canto certero del letargo cuando abrasa los sueños. Sueña, me decía mi abuela. Sueña con un mañana
plagado del desacuerdo con el ayer. Sueña con los ojos abiertos, con los ojos
cerrados en el canto de las noches. Sueña fuertemente con aquello que más
anhelas. Sueña, libre, con el tintineo de tu corazón agarrado a la verdad.
Sueña, sí, con el giro de atmósferas buenaventuras de tus pisadas. La
habitación que habito, paredes verde azuladas que hablan del creciente vuelo de
las aves en un destino tus alas amparan la gracia, la belleza, el buen sabor de
los despertares. Y todo es sueño, eso decía mi abuela. Y todo es dejadez de
trastos de púas para el empuje de la verticalidad de tus deseos. Cierra bien la
puerta, eso decía mi abuela. Qué los embarradas atmósferas no te contaminen, no
envenene cada una de tus huellas, no yazcan donde tú eres ese pedazo de cosmos bosquejando
los ojos en un horizonte benevolente.
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