Y llueve en las sombras de las gaviotas. Animadas rocas se estrangulan bajo la ola rompiente. Un verano donde el interminable cimbrar de las alas busca su curso. Un verano donde el jaleo de los cuerpos evoca una danza lenta, castigada, hastiada del ritmo de la existencia. El prieto callar de las gargantas trepan donde desembocan las manos. Unas manos desquiciadas, unas manos revolviéndose ante el vacío. Y llueve en los extraños instantes perdurables de las horas. Un cielo abocado al gris, pesa y gravitamos ante el caos hasta encontrar el origen de nuestros sentidos. Y llueve…y solo queda el amor. Y llueve…y solo queda la paz. Y llueve…y solo queda la libertad. Trotar por la levedad de arenas mojadas cuando somos hijos de islas flotantes en un universo sin respuesta. Y llueve, dormitamos bajo la influencia de un yo ponderado por nuestras pisadas, de un yo lejano a la inquietud del mañana. Y llueve y cerramos los ojos, una cierta nostalgia adereza nuestra memoria y nos enraízamos donde las olas rompen. Y llueve , y somos islas en la ausencia de los bochornosos gritos de la oscuridad. Y llueve…y solo queda el amor. Y llueve…y solo queda la paz. Y llueve…
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