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Y
todo se rompe. Sí, todo se deshace como los polos. Llegará un momento en que
nuestra memoria mermara, donde nuestros pasos se asustarán y ello crea temor,
un verdadero miedo ante el dilema. Ellas conversan, se mueven donde las olas
rompen con tremenda fuerza. Esa fuerza que tienen ahora y ¿el mañana? Emboscada
impredecible donde no sabemos por dónde se destilarán nuestras pisadas, nuestros
sentimientos. Por ello aprovecha el instante, este instante donde el atardece
las acoge en el más brioso de su regazo. Y la muerte vendrá. Cierran los ojos, no
saben de qué manera y hablan y hablan con toda la sinceridad de la palabra, de
una mirada fría en puesta en el futuro. Ya han firmado cada cláusula de que si
vieran muertas de razón les sea aplicada la eutanasia. Y me parece bien. No
quieren mermar la vida de una a la otra. Son consciente de lo que es ser ciego
de memoria, hacer prisionera a su compañera. Y no lo quieren, han llegado a un
acuerdo…un acuerdo duro, devastador para muchos, verdadero para otros. Que mi
vida es olvido, dejadme…dejadme con una muerte digna. Y todo se rompe. Y todo
duele. Y se miran donde las olas rompen con tremenda fuerza y son felices en
ya, en el ahora. Hay que aprovechar estos instantes donde todo parece lejos y
guardarlos como trofeos en el corazón, en la razón de existir. Tienen deseos de
un beso, una posa la mano sobre el hombro de la otra y le acaricia su cuello un
beso de ternura las conmueve ahí, aisladas donde las olas rompen con tremenda
fuerza. Un silencio de atardecer las atrapa solo, el susurrar del oleaje. Solo
las gaviotas que vienen, que van en el elixir de la vida. La dicha planea sobre
ellas. Una desabrocha un poco la camisa de la otra y levemente toca su pecho.
Se miran donde las olas rompen con tremenda fuerza y la atracción es tal que la
conciencia se pierde en los labios, de labio a labio de manera apasionada. Se
apartan, no sabe lo que les ha pasado, una tentación en la claridad de la tarde,
fuera de la casa. Y el virus que no deja de revolcarse mientras regresan, bajo
su techo. Un virus más en esta sociedad saciada de celeridad y desorden. Y
ellas comprenden que se aman, y ellas se extiende a lo largo de aceras donde la
calima se hace molesta en una ligera tos.
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