1
Sus
manos…sí, sus manos, se aplastan en la ventana. Más allá de ella una fuerte
calima alumbra el invierno, una calima que se retuerce en lloviznas venideras.
Sus manos…si, sus manos, parlotean el sentido del aire, de esa atmósfera
enrarecida y la vez hipnótica que la rodea. Se siente cansada. Cansada me
siento. Se siente disfrutar de sus sueños. Disfruto de mis sueños. Una imagen
se refleja en la ventana, en la ventana donde sus manos se aplastan. Ella la
ve, por un instante cierra los ojos y es ella. Ella de vuelta del trabajo, un
trabajo donde el exhalar del sudor y la presión la trae con los hombros bajos. Hombros
donde se desparrama lágrimas del centro de su labor. Hombros donde cada peso de
su memoria la retuerce en la duda. Y ella piensa en sus terrores…tal vez en una
violación, tal vez en un acoso, tal vez en un robo, tal vez en un desahucio de
la bestia humana. Y ella piensa que su vida no es mentira. Ahora viene del
trabajo con una fuerte calima alumbrando el invierno. La observa, observa a su
amor, a su amor real y le da lástima. Mientras la radio se oye de fondo, una
radio donde los diálogos convergen en el maldito virus, en esta peste en pleno
siglo XXI. No, no estamos tan adelantados como pensamos, nos levantamos y
luchamos, deambulamos en la incertidumbre y desorientados convergemos en una
calle donde ella, su amor regresa del trabajo. Pero sus manos, aplastadas en la
ventana, son inteligentes por el mero echo de sorprenderla con una sonrisa, con
un silencio que dice te quiero, con un suspiro que embellece sus ojos. Sus ojos
caídos, sus ojos destrozados, sus ojos mudos, sus ojos opacos. Ella huye, todos
los días, huye de su verdad, una verdad que congregaría cuchillos en su
vientre, en sus espaldas, cansadas. Ve como saluda al perro del vecino, una
mueca de alegría se dilata en su andar y su paso se hace alto, avanzando hasta
donde ella aguarda, detrás de la ventana, con sus manos aplastadas a ella. Un
rumor edificante vuelca su corazón y se dice para si misma, y se dice para
ella, aunque no la escuche, olvida…olvida. Se espera tormenta en la isla, un
tiempo alocado produciendo más y más desorientación a los que la habitan. La
enfermedad y la oscuridad de una tarde que comienza la enfrenta con su entereza
y ella se sorprende y ella se alegra de poder caminar y ver que desde la
ventana con las manos aplastadas esta ella. ..
2
Entra
con la lentitud de la derrota, con el ímpetu de la victoria. Se miran, miradas
convergiendo en una sutil caricia, miradas influyendo un beso. No se ducha. Con
la terquedad de las manos son dos mujeres en una. Al unísono sus cuerpos se
mecen en el sofá, el sofá donde que da a la ventana donde ella esperaba con sus
manos aplastadas. El brío de los pájaros retoza en sus movimientos,
apaciguados, como conquista de sus vientres, de su sexo. No hay palabras solo,
la levedad de sus lenguas rastreando cada parte de sus cuerpos. Se sienten en
un éxtasis que las hace dichosas, se sienten en el conmovedor derrame de una
pasión, se sienten en su mundo particular. Y hacen el amor, ella que la esperaba,
ella que llegaba. El todo se hace desmemoria. Un ambiente de sudor las
embriagas hasta la plenitud de los deseos. En la intimidad ellas son ellas. Son
instantes donde todo es eterno. Se detienen y otra vez sus ojos se inyectan en
los ojos de la otra, en los ojos de un amor que por momentos queda minado por
el mecer de una sobre la otra, la otra sobre la una. Más allá de la mañana, la
tormenta se desacelera, la calima soporta la inquietud de sus murallas y
continua con el brío de los pájaros. Se examinan, se expande en un océano de un
viento que no cesa…que no cesa. Por un instante quedan quietas y la sombra del
olor de sus sexos las emborrachan. Una mirada desviada al placer, a la belleza
imperfecta de sus cuerpos. Una mirada, son ellas. Sí ellas en un día raro,
donde todo queda relentecido con el sonido de sus jadeos. Estáticas culminan en
un dormitar, no hay prisas. No, hay prisas para la prolongación de las horas.
Esto es el ahora, momentos donde lo demás sobra. Y el reloj hace tic-tac. Y la
jornada se hace gris. Y la calima se engarrota con la potencia de su orden. Y
los pájaros cantan, cantan cuando dentro de la calma vendrá una violenta
borrasca. Y sus cuerpos vuelven a ese movimiento en el ritual los deseos. Vuelo
en caída vertical del tiempo. Dormidas, sus sueños son sacudidos por el
equilibrio. Cada una con sus aspiraciones en el convenir de la libertad, de la
independencia de sus pasos cuando despiertan. Si, despiertan en esta mañana de calima,
se levantan como esos pájaros que ya han
callado, con el silencio de las palabras. En el baño el agua corre por sus
pieles, por sus cuerpos estancados en lo hermoso que es un abrazo más allá de
la razón. El corazón domina sus sentidos en el hundimiento del ajetreo del día
a día. La nada las mima, las rodeas como hijas de una felicidad ajenas al ritmo
frenético de una sociedad que se cae, que deambula en los vientos del ocaso. ..
3
Una
mirada. Una calima. Un invierno que embrutece el desequilibrio de la
naturaleza. Todo es anormal, una metamorfosis que dará a la violencia indudable
del planeta tierra. Ellas se detienen en sus miradas. Miradas que buscan la
complicidad. Miradas que atienden a la esperanza. Miradas como lianzas de un
amor próspero. Miradas donde la pena no tiene cabida solo, una ilusión, solo un
cortejo de alegres notas abogándolas al querer. Mojadas aun sus cuerpos
respiran de ese polvo en suspensión, un compendio de contaminación atmosféricas
que las hace pensar. Una preocupación enhebrándose cuando sus miradas se
afrontan a esa ventana y ven ese exterior desprotegido. La erupción ya ha
terminado, el virus marca índices de evaporarse como otras epidemias. Una
mirada. Una calima. Un invierno que las vierte inseguras en un mañana. Mañanas
insostenibles en recuentro de niños jugando en los parques de árboles sin
hojas, de árboles donde los pájaros no cantan. Y se dan cuenta de que todo es
irreversible, que este caos va encaminado hacia un túnel donde la luz lejana
requerirá sudor y lágrimas. Una mirada. Una calima y un invierno que las
entrega a la danza de sus ojos, a la danza de sus palabras. Conversaciones
animadas en el enfoque de cada uno de sus yoes. Se quieren y ello basta. Y ello
estrangula cada una de las heridas de este planeta, de este planeta llamado
tierra. Una tierra. Una isla. Una mirada. Una calima. Un invierno y la tormenta
que no llega. Una masa de aire caliente las arrimas al mismo pensamiento. Y
lloverá, caerá una especie de tronada y agresiva lluvia que dejará la ciudad
descubierta en su intimidad. Y que hay de sus nombres, como puedo escribir sin
decir sus nombres acaso, importa. Dos mujeres en la semblanza de una isla con
calima, con una mirada, con un invierno trastornado. Miran atrás, el tremor de
ese nuevo cráter ha terminado. Y piensan en el duelo presente, actual de los
que lo que lo han vivido, de los que han perdido todo , de la muerte de una
isla que tardará en resucitar. Esos ancianos que con sus manos construyeron
cada fragmento de sus sueños, en el ayer. Ahora, nada. Una asfixiante calamidad
ha podrido todo, todos sus deseos. Se detienen, no vale la pena solo, el
instante perpetuo de las emociones es lo único que queda en la exclusividad de
los años. Una mirada. Una calima. Un invierno donde el brote desquiciado de la
madre tierra las estampa en la melancolía plomiza de una jornada ¿Y todo lo que
hemos vivido?, se preguntan. Nada, el hoy que será el ayer, el mañana que será
el hoy. Todo es en cierto modo la memoria. Sí, la memoria. Una mirada. Una
calima. Un invierno. Y la memoria haciéndose hueco de esos instantes donde se
delatan la verdad, tanto las dolorosas como las victoriosas….
4
La
sonoridad de una tele delatando la quejumbre de un planeta en ambiente hostil.
Un campo de refugiados, dos campos de refugiados. La deriva de las guerras y la
miseria los llevan a un viaje largo y espeso por los vastos sentidos del ser
humano. El drama es real. El drama juega con vidas. No se puede hacer nada. Una
alambrada apresa almas desoladas por la condición de ser, de ser de campos
extraños. Un océano apresa almas hambrientas donde los sueños rozan la muerte.
Una muerte que llega cuando en soledad sus cuerpos se hunden las profundidades
de las mareas. Mujeres apaleadas por el simple echo de ser mujer. Un mundo que
gira y gira en el desorden de sus inquilinos, en el caótico deseo que se pierde
en la nada. Ellas, enamoradas, escuchan desde ese sofá los terrores de la
humanidad. Apagan la tele, conversan con la nada y el callar es nube gris que
las enturbia. Una sale a su rutina diaria, correr por ese asfalto donde las
tempranas horas hace ausencia de polución. Otra, se acuesta después de la
dureza del trabajo, cansada. Las zancadas se hacen al principio lentas, por su
mente van sucediendo imágenes de un ayer, de un pasado que aun duele. Porqués hechos
que nuestra taconear en la vida duele, nos pesa. Ahora, libre, transfiere su
dolor en cada pisada, en cada pensamiento de su entereza. Y ella fue atleta,
atleta perdida en la sobriedad de las jornadas, perdida en la violencia del
hombre. Una violación, un sin sentido que la pierde hoy en día en el dolor, en
una angustia particular sacudida por el temblor de sus pilares. Y todo es
espeso, porque no recuerda bien, solo kilómetros, kilómetros con el sudor a
cuesta y la dejadez de los años. Y lo
conto, como atreverse…tu mujer…hay que decir que han abusado de ti. Y por ello
por loca te tomaron. Y por ello te tomaron loca, con el delirio presente de
otros sucesos te cuestionaron. Entonces tomaron el rumbo del aislamiento.
Entonces tus espaldas rajadas se orientaron al vacío. Entonces tus piernas
tomaron la dirección de la soledad y el silencio. Y por ello te tomaron por
loca. Las cicatrices se revuelcan en tu vientre, en tu razón. Y tu razón
despierta los sentidos de tus heridas, muchas. Y la otra sueña y sueña, dormita
complacida entre sábanas blancas mientras la calima es dejadez, es agotamiento.
Espera que la complicidad de su querer regrese a casa. Ella sabe de todos sus
pesares, de todas sus penas fallecidas cuando sus piernas baten el suelo. Cada pisada
se convierte en un estrecho marginar de sus dolencias. Cada pisada se
transforma en la verticalidad de sus días. Cada pisada se enfrenta a su
escalada hacia cumbres donde es intocable en el ahora, en el mañana. Y desde su
dormitar escucha el ajetreo de los pajarillos tal vez, contentos de la ida del
mal tiempo….
5
Llega,
con el impulso de una inacabada jornada. Llega descansada, liberada de todo mal
que la envuelve a veces en brumas. Su amada aletargada en la cama escucha el
cerrar de la puerta. Un suspiro de alivio la estremece, la alegra. Llega con la
sonoridad de un nuevo nacimiento, su nacimiento. El sudor se arrastra por su
frente como gotas de su entereza, como gotas de un hoy donde es sorprendida por
su voluntad, por sus inquietudes. Todo sana,
pero, algo, queda en la memoria retorcida donde el encuentro con nuestro yo se
divide. En el baño, ella, se mira al espejo. En el baño, ella, respira
hondamente como quiebra del pasado. Ahora es otra. Ahora, es playa donde las
olas se mueven en sentido de la luz de los días. Da igual que sea mala mar, que
sea buena mar. Ahora es espíritu movido por el aliento de las horas. Y las
horas pasan, y los días pasan, y los años pasan. Estamos aquí, con la sensación
honesta de nuestros deseos, sin dejarnos quebrar por lo estúpido, por lo iluso,
por la brutal sensación de un vomito sobre nuestras espaldas. Le cuesta a la
calima alejarse, aunque es febrero. El invierno se hace dañino. El orden de las
estaciones es cambiante. Pero un frío metálico acecha, se presenta. Todo es
extraño. Y ella durmiendo, se escucha su respiración pausada, conmovida por
algún sueño o quizás no. Se tiende junto
a ella y descansa. Se engendra una especie de cotidiano que la hace relajarse,
posar tranquila en el transito de las horas, del tiempo. No, no hay prisa. La
isla está enferma, la isla adolecida se lamenta. Nos ponemos una máscara donde
los ojos son la una vertiente que nos podemos fijas. La cuestión radica que hay
ojos inexpresivos, quietos, que no expresan las palabras que se esconde bajo el
amarre de nuestros labios. Todo terminará como tantas otras pestes miraremos el
cielo como bendición por este daño ido. Un cielo celeste diría yo, un cielo
donde la glotonería de vivir se hará intensa. Duermen hasta que el mediodía se
cruza en sus caminos, un mediodía esbozado con vigor de un cierto calor, una
brisa gélida. La confusión en el despertar les enseña que la paz es una utopía.
No soñaron, es verdad. Una verdad que diezma cada palabra cuando te asomas a la
ciudad. Una ciudad donde los desiertos del corazón se ven sacrificados por una
corriente brutal de comportamientos ¿Y ese foco donde el arcoíris anuncia la
quietud, el alzamiento de la calma, el levantamiento del equilibrio? Lejos, tan
lejos que nuestras empecinada negativa no la ve. Se levantan el mediodía dibuja
sus mundos, únicos, particular…
6
La
existencia tiene sabor, un sabor en ocasiones amargo, en otras, soso yen muchas
dulzón. Los colapsos de ella nos transportan a la experiencia y esa experiencia
nos hace madurar en el continuo pasar de las estaciones. El almuerzo es
amenizado por una sencilla comida, no hay necesidad de complicarnos sino
situarnos en la inspiración, en las ganas que tengamos. Una delante de la
otra…la otra delante de ella. Observa con sus ojos puestos como quien no quiere
saber nada como su compañera, como su querida come. Como se harta en cada
pisada de sus dientes hasta su estómago. Y ello la alegra, un cosquilleo
entretenido que aprecia su corazón. Y es
que todo a terminado. Su mal es ceguera de su movimiento. Se alimento, es grato que pueda comer, es
grato que no devuelva todo lo ingerido, es grato que no se retuerza en un
tormento. Un tormento de años atrás…de muchos años. Se siente dichosa, con la
verticalidad que anuncia el adiós a la enfermedad. Ya no es estampida bestial,
desquiciada que vomita, que expulsa todo lo que engulle. Se mira a un espejo y
se conforma, se ve bien, estupenda. Y siente ganas de besarla, de abrazarla a
su batalla ganada. Una batalla dura y cruel. Ahora que los años pasan, una
violencia que estornuda sin querer en nuestra existencia. Ahora que vive, ahora
que la ansiedad se ha ido, ahora que el impulso frenético se ha extinguido,
ahora es ella ¿Y antes’? carne y huesos rodando, rodando sin cesar
grotescamente, maltratándose a sí misma. Sí, porque tanto la anorexia como la
bulimia es maltratase a si misma. Vivimos en una sociedad que no vive estas
angustias, estas irrefrenables maneras de actuar y estigmatizamos, desechamos
los horrores que vive estas gentes. Se levanta de la mesa, se enjuaga la boca,
escupe todo error en su destino pasado y se pide perdón. No solo a ella sino
los quien sufrieron sus daños. Se miran y dicen de la existencia con su sabor
dulzón, y dicen de la existencia con sabor amargo. Una especie de hormigueo
penetra por sus venas y ríen. Porque la sonrisa es buena, es un saludo de
gratitud por existir y estar aquí en este mediodía donde la calima hace raro la
atmósfera. Por momentos se deshacen del exterior, de todo lo que se trama en
este mundo disconforme, en este mundo descalabrado. La isla, las protege. La
isla, les murmulla con el romper de las olas, olas que vienen y que van y que
se llevan todo aquello que produce desánimo, desorden. La isla, están en la
isla. Una quebrantada por una erupción y
aun así, la vida puede ser igual y llega la calma. Un tremor que se extermina
en el desahogo de sus entrañas. Sí, hay
dolor…muUcho dolor…qué hacer…Y la vida tiene sabor amargo y la vida tiene soso
y la vida tiene sabor dulzón. ..Bebemos de aquello que sea más agradable, donde
la armonía del yo alcanza las cimas de la belleza. Porque la belleza existe,
una belleza compuesta por cada uno de nuestros actos, de nuestra reserva en la inquietud
de nuestra verticalidad.
7
Aun
humea la oquedad de la erupción. Aun la queja, el duelo está presente para
aquellos que lo vivieron. Vidas arrasadas a medida que una lengua mortífera les
saludaba. Y la madre es así, una conjunción de estados imprevisibles que a
veces, muchas veces nos da la espalda. Ella se engendra a si misma y mana con
un llanto explosivo que no podemos detener. Es inquietante como este minúsculo
mundo nacido entre las estrellas se balancea entre mal, entre el bien hasta
alcanzar su orden, su equilibrio. La tarde viene, viene con manto de aire
quemante sazonado por un viento que no cesa…que no cesa. Ellas, salen, donde el
oleaje se quiebra protagonizando una llovizna sutil en sus rostros. Ella, van,
donde el oleaje dice de ese amor. Ellas, van, donde el océano les habla del
mañana. Gaviotas gráciles se mueven en un sentido en espiral y son dueñas de
esa playa vacía. Es invierno, la tarde se hace espesa. Un sudor tilita en los
hombros de ella. Sudor marcando cada una de sus vivencias. Y que es ese pasado,
no tiene sentido. Miras y la desmemoria hace irreconocible los ojos, las manos
que han pasado a través de ellas. No, no hay retorcijones del ayer. La nada
fabrica una especie de sostén, de velo que las envuelve en sus pisadas, sus
pisadas de un invierno peculiar. Andan por la orilla de la playa, mojando sus
pies, descalzos. Un pensamiento de silencio las abarca y ejerce un boceto del
hoy. Sí, del hoy como si fuera el último día de la existencia. Porque no se
sabe, igual que esta erupción, igual que esta pandemia …qué será de las
próximas horas. Los soles, el tiempo, las horas construyendo cada muralla cada
vez más alta de cara a lo desconocido, a nuestras ideas concebidas por otros.
El mundo rota entorno a hogueras. El mundo trota al ritmo escalofriante de una
manada que nos deforma, que nos destroza en ser nosotros mismo. Ellas por un
momento estáticas miran ese horizonte con un sol amarillento- blanco. Observan
esa gaviota que viene, que va…que va, que viene…en su libertad, porque es
libre. Se quieren dar la mano pero, no ¡qué dirán ¡¡qué dirán¡les ofende los
ojos vandálicos a su amor. Son amigas, amigas durmiendo bajo el mismo techo.
Las gaviotas se posan cerca de ellas, recuerdan que es invierno aun en la
inestabilidad de la tarde, de este clima extraño y qué será más a medida que
los años pasen...
8
Y
todo se rompe. Sí, todo se deshace como los polos. Llegará un momento en que
nuestra memoria mermara, donde nuestros pasos se asustarán y ello crea temor,
un verdadero miedo ante el dilema. Ellas conversan, se mueven donde las olas
rompen con tremenda fuerza. Esa fuerza que tienen ahora y ¿el mañana? Emboscada
impredecible donde no sabemos por dónde se destilarán nuestras pisadas, nuestros
sentimientos. Por ello aprovecha el instante, este instante donde el atardece
las acoge en el más brioso de su regazo. Y la muerte vendrá. Cierran los ojos,
no saben de qué manera y hablan y hablan con toda la sinceridad de la palabra,
de una mirada fría en puesta en el futuro. Ya han firmado cada cláusula de que
si vieran muertas de razón les sea aplicada la eutanasia. Y me parece bien. No
quieren mermar la vida de una a la otra. Son consciente de lo que es ser ciego
de memoria, hacer prisionera a su compañera. Y no lo quieren, han llegado a un
acuerdo…un acuerdo duro, devastador para muchos, verdadero para otros. Que mi
vida es olvido, dejadme…dejadme con una muerte digna. Y todo se rompe. Y todo
duele. Y se miran donde las olas rompen con tremenda fuerza y son felices en
ya, en el ahora. Hay que aprovechar estos instantes donde todo parece lejos y
guardarlos como trofeos en el corazón, en la razón de existir. Tienen deseos de
un beso, una posa la mano sobre el hombro de la otra y le acaricia su cuello un
beso de ternura las conmueve ahí, aisladas donde las olas rompen con tremenda
fuerza. Un silencio de atardecer las atrapa solo, el susurrar del oleaje. Solo
las gaviotas que vienen, que van en el elixir de la vida. La dicha planea sobre
ellas. Una desabrocha un poco la camisa de la otra y levemente toca su pecho.
Se miran donde las olas rompen con tremenda fuerza y la atracción es tal que la
conciencia se pierde en los labios, de labio a labio de manera apasionada. Se
apartan, no sabe lo que les ha pasado, una tentación en la claridad de la
tarde, fuera de la casa. Y el virus que no deja de revolcarse mientras
regresan, bajo su techo. Un virus más en esta sociedad saciada de celeridad y
desorden. Y ellas comprenden que se aman, y ellas se extiende a lo largo de
aceras donde la calima se hace molesta en una ligera tos.
9
Sus
piernas, ausentes del agotamiento ante la atmósfera se inyectan de las calles
de la isla. La isla conserva una esmerada primavera que se extiende, que se
expando a lo largo de la línea de las estaciones. Ello, las induce a un cierto
vagar de calma…una calma que no duele. Un clima acorde a la condición de ser, a
la condición de ser mujeres libres saboreando de una brisa que da la bienvenida
a un ocaso donde la luna ya espera. Son
mujeres que se mantienen en el misterio de las miradas. Mujeres cotidianas, que
abogan por sus vidas, por la cotidiana nada del mal. Las aceras muestran las
huellas del vacío de los que han pasado, de lo grande que puede ser cada uno de
nosotros de modo único. Y es que somos
únicos, estamos enfrascados en un cavilar monótono, algunos, que nos detiene ¡Ah¡pero
la isla es grande , no en dimensión, sino en el variopinto arco iris que
alumbra a cada uno de nosotros. No es una ciudad gris, su viveza alerta a las
almas andantes en verticalidad, en ganas de dar cobijo a los que pierden sus
ganas. Ellas piensan esas cosas, no dicen nada, pero comprenden. Se detienen en
un escaparate, obras de arte de todas las gamas de colores y técnica expresan
la libertad…su libertad. Y así son cotidianas semillas resplandeciendo en cada
pisada, en cada despertar. El cansancio desaparece y saben que todas ciudades
no son iguales, cada una es un mundo particular, con sus defectos, con sus
riquezas, con sus proyecciones al mañana. Y es que la isla las proyecta, es
indiscutible, a su verdadera razón de la existencia al margen de este
catastrófico mundo. Y ellas se aman, quien lo puede impedir, a quien le
importa. Están a salvo en la isla, una isla abierta a cada retazo de otras
ideas. Una isla de trato inglés. Una isla de trato africano. Una isla de trato
americano. Una isla de trato asiático. Todo confluye, todo se mezcla y en esa
diversa vuela donde sus gentes son naturales, ven todo como algo natural. Un
punto de vista que ahuyenta todo lo aborrecible. La luz que ella emana es
manantial eviterno donde las nuevas flores son bienvenidas. Y tenemos que estar
contentos, aunque haya hechos en nuestras singladuras que penen, que duelan. Sus
piernas, llegan al piso. Abren ventanas, abren puertas, que parte de ese
ambiente de la isla penetre en sus paredes, en sus muebles, en todo lo material
y lo más importante en sus almas. Un verdadero orgullo las embelesa y se dan
cuenta de la buena suerte, la buena suerte de vivir aquí, en la isla.
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