Las pisadas de las flores se
hacen libre, con la ligereza, con la fragilidad de un pecho compulsivo en el
mecer de la tarde que se escapa. Una opresión se desinfla a medida del trepar
en el olaje imperfecto de las carreteras. Y se hace el retorno. El retorno
donde las paredes escarchadas consumen los años. El retorno donde los pequeños
instantes son verticalidad del despertar. El retorno donde el viento norte
sacude sin aspereza. El retorno donde los besos ausentes son molicie de las estaciones.
Miro la pared, sucia de dibujos envueltos en la oscuridad. Escucho la radio,
noticias graves acentúan lo miserables que somos. Nos arrastramos donde los
naufragios son adheridos a precipicios. Una sonrisa, qué más da. Yo, ese faro
donde yerto la oquedad de mis ojos. Ese adiós. La eternidad de la noche y me confieso
con las estrellas fugaces que rozan mi frente, cansada. Me levanto. Miro la pared,
una mancha, otra mancha. La herida. Lo bello de lo cotidiano de las horas. Me
siento y me vuelvo a levantar, mis pasos son eco de calladas manos, de una
memoria que pesa cuando el silencio de un espejo solo refleja el halo de una
luna. Y la luna me habla. Y la luna pena. Y la luna se desviste del invierno y con
celeridad da voces de la primavera. Aquí. Ahora. Miro la pared donde la maldita
mancha sigue intacta. Me aproximo, raspo un poco. La noche me vence. Me vence
con su vacío. Vuelvo a sentarme, en una silla, frente a la mudez del universo,
converjo donde los dioses no tienen cabida y ante tanta insonoridad, a lo
lejos, vienen las voces de las olas cuando se difuminan en viejas rocas. Rocas que
dicen de la vida, de este pedazo de planeta absorbido por la duda. Y por qué no
dudar ante tanta desdicha, ante tanta demacrada mirada de lo que habitamos
aquí. La tierra, nuestra cuna, nos balancea en chillidos dispares en cualquier
punto de su cuerpo. Cuerpo maltratado, sentidos rajados en el sueño del mañana ¡
El mañana¡ ….
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