Y de repente el tremor se impuso
a la calma, lenguas de magma fueron expulsadas en el curso de la isla…de la
isla. Las campanadas de la iglesia se callaron. Los mayores dejaron de conversa
en las plazas, en los parques. Los menores ante tal magnitud de desgracia no
comprendían, no llegaban a acertar el porque de esa terrorífica humareda y
asesinaba el monte que los vio nacer. El faro de las brujas fue el único que su
lumbre se repetía con la misma palabra de luz en el preciso instante. Y de repente
el silencio dio paso al trueno indescifrable que viene de las entrañas de la
tierra. Y de repente los pájaros, los perros lanzaron una agónica señal de
tristeza, de una especie de muerte de una tierra que con el tiempo brotaría de
nuevo. El faro de las brujas no dejaba de ser punto de luz para todos aquellos
que sus ojos se vertían en él. Ahí vivía la curandera de la isla, aislada,
maltratada, desoída en el ayer. Ella, sola, con sus oraciones bajo un repunte
de santos y hierbas daba alimento con su espíritu a ese mal que cebaba la isla…la
isla, su isla. Y ella suplicaba como si su cuerpo fuera esa tierra quemada,
herida, momificado bajo los desastres de la madre tierra. Y todos cuando el
estruendo fue mayor acudieron cerca de ese faro. Un faro de acceso imposible
entre rocas y el mal oleaje. Solo ella, la curandera, sabía el sendero para
llegar a la entereza de la isla….de la isla. Una isla quebrada, una isla dolorida,
una isla herida, una isla mortificada. Ella lo sabía, de la pena que corría por
sus habitantes, por sus hijos…alzo los brazos y por un momento el faro callo y
un grito más potente que el de la erupción la detuvo. La marea se calmó, el volcán
se quedo mudo, el temblor seso y el faro de las brujas continuo con su
intermitente luz. Y todos se miraron. Los perros ladraron con el rabo meciendo
al son de la alegría, los pájaros hablaron en su trinar del faro de la isla y el
rumor se fue pasando. Y los pájaros llegaron al faro, ese faro hermético ante
todo desorden, ante tanta tristeza. La curandera yacía en una roca, dormida o
no, la dejaron, le dieron aviso de la felicidad de la isla, le dieron la
noticia de la gratitud. Y la curandera no se movía de esa roca es como si toda
su energía la hubiera succionado el volcán, ese viejo volcán de la cumbre. Ella
boca abajo, tenía plumas en su espalda. Las aves comprendieron, una ráfaga de
lástima paso por sus vuelos rítmicos, repetitivos. Y de repente ella fue parte
de ellos, voló alrededor de la isla…su isla, su gente. Una mueca de gracia la
animo y como si compusieran una grandiosa sinfonía retorno al faro…a su faro.
Un faro dando lumbre a la paz.
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