martes, abril 12, 2022

EL FARO...

 

Y de repente el tremor se impuso a la calma, lenguas de magma fueron expulsadas en el curso de la isla…de la isla. Las campanadas de la iglesia se callaron. Los mayores dejaron de conversa en las plazas, en los parques. Los menores ante tal magnitud de desgracia no comprendían, no llegaban a acertar el porque de esa terrorífica humareda y asesinaba el monte que los vio nacer. El faro de las brujas fue el único que su lumbre se repetía con la misma palabra de luz en el preciso instante. Y de repente el silencio dio paso al trueno indescifrable que viene de las entrañas de la tierra. Y de repente los pájaros, los perros lanzaron una agónica señal de tristeza, de una especie de muerte de una tierra que con el tiempo brotaría de nuevo. El faro de las brujas no dejaba de ser punto de luz para todos aquellos que sus ojos se vertían en él. Ahí vivía la curandera de la isla, aislada, maltratada, desoída en el ayer. Ella, sola, con sus oraciones bajo un repunte de santos y hierbas daba alimento con su espíritu a ese mal que cebaba la isla…la isla, su isla. Y ella suplicaba como si su cuerpo fuera esa tierra quemada, herida, momificado bajo los desastres de la madre tierra. Y todos cuando el estruendo fue mayor acudieron cerca de ese faro. Un faro de acceso imposible entre rocas y el mal oleaje. Solo ella, la curandera, sabía el sendero para llegar a la entereza de la isla….de la isla. Una isla quebrada, una isla dolorida, una isla herida, una isla mortificada. Ella lo sabía, de la pena que corría por sus habitantes, por sus hijos…alzo los brazos y por un momento el faro callo y un grito más potente que el de la erupción la detuvo. La marea se calmó, el volcán se quedo mudo, el temblor seso y el faro de las brujas continuo con su intermitente luz. Y todos se miraron. Los perros ladraron con el rabo meciendo al son de la alegría, los pájaros hablaron en su trinar del faro de la isla y el rumor se fue pasando. Y los pájaros llegaron al faro, ese faro hermético ante todo desorden, ante tanta tristeza. La curandera yacía en una roca, dormida o no, la dejaron, le dieron aviso de la felicidad de la isla, le dieron la noticia de la gratitud. Y la curandera no se movía de esa roca es como si toda su energía la hubiera succionado el volcán, ese viejo volcán de la cumbre. Ella boca abajo, tenía plumas en su espalda. Las aves comprendieron, una ráfaga de lástima paso por sus vuelos rítmicos, repetitivos. Y de repente ella fue parte de ellos, voló alrededor de la isla…su isla, su gente. Una mueca de gracia la animo y como si compusieran una grandiosa sinfonía retorno al faro…a su faro. Un faro dando lumbre a la paz.

 

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