La luna ronda, se introduce en
los boscajes donde sus senderos son mudos. Una mujer paré en medio de la fina
lluvia. Una mujer llevada la profundidad de un bosque de laurisilva. De ella
emana la savia de vidas venideras, el ascenso hacía nuevas generaciones.
Apartada contempla como su hijo nace, fuerte, callado. Lo lleva a su estómago y
un beso en la frente lo despierta a este mundo, a esta tierra en la profundidad
de un bosque…un bosque cualquiera. Te meceré en el sentido de los meses, de los
años hasta que vueles más allá donde yo no pueda ver, pero si sentir. Tener esa
sensación de tus andaduras a través de los mares, de las tierras de un planeta
herido. Y serás valiente. Y serás maltratado. Y serás vertical ante cualquier
tornado humano. Sabrás del dolor. Sabrás de la alegría. Y tus lágrimas se guardarán
en la memoria para tus pisadas en la existencia. La luna ronda, la mujer la
mira entre las sombras de una primavera fría, húmeda. Su hijo se mueve en su
estómago y sabe de los soles que vendrán donde él será animal enroscado en
vivencias. El rostro de ella se entremezcla entre el barro y el musgo. Corta el
cordón umbilical y sabe que ya no le pertenece, que no es parte de su cuerpo.
Solo un ser que tendrá que andar con cuidado para enfrentarse a lo cotidiano,
al vivir en la intensidad breve de este existir. Aquí, ahora, tu sobre mi
estómago, el bosque, la duda de los caminos a andar se desvestirán en tu
travesía, naufraga unas, gloriosas otras, pero siempre con el contundente halo
de luz que te hará respirar. Aquí, ahora, empieza tus pisadas, en este boscaje
donde la luna redonda te dice de esa lucha por la verticalidad de tu aliento hijo
mío. La luna ronda, un bosque, una mujer en el brío de la vida.
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