martes, septiembre 27, 2022

ELLA

 




Ella. El risco. La caracola. Las olas. Ella en lo más alto de un risco pedregoso, en el filo de un abismo que mira un horizonte mecido por el suspirar de las olas con su caracola. Daba el aviso. Daba la desorientación. Daba lo hermético de la tormenta que se avecinaba. Desnuda, con su palo largo de pastor, desde el risco y con su aliento enfocado al sur daba la llamada. Su soplo hacia estremecer a los allí vivientes. Su soplo concluía con ojos mirando un cielo que se revelaba sibilino, un cielo abisal donde de su extensión y su pesadez se olía a desgracia. Ella. El risco. La caracola. Y el tormento vino, una neblina pegajosa se hizo parte de las carnes de los que allí vivían, un sudor enfebrecido los hacia desvanecerse en un mal presagio. Y la isla calla bajo los colmillos de una naturaleza que se revela, que jadea su pena. La lluvia. El viento. El frío. Ella soplando su caracola para desviar con el poder de sus pensamientos, con el impulso de su espíritu, con la valentía de la protección. Protectora de unas tierras en un rincón del atlántico. Ella venció. Ella lloró. Ella gritó. Ella se evaporo en cada tono de la caracola. Y el maleficio del mal tiempo se largó para dejar a esas gentes descansar. Todos se miraron, todos jalaron un rayo de felicidad. Y ella, la mujer del risco, la mujer de la caracola desapareció cuando hubo todo terminado. Danzas, tambores y chácaras tomaron el relevo y el pueblo pudo descansar porque sabían que eran protegidos…protegidos por un alma ancestral.

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