Arena. Sudor. El mediodía cuece en su cuello, en su frente.
Descalza, abatida por los vientos del sudeste. Se levanta. Se yerta donde sus
ojos colonizan el sol y le suplica y le lamenta y una conversación con el
silencio resquebraja sus alas, sus espaldas cansadas. El desierto viene con
toda su belleza y la vez desgracia, la nada. El susurro del viento se incrusta
en sus carnes y la dejadez de la lucha por llegar la amenaza, la hace temblar.
Temblor. Un cierto balanceo hace que tropiece, una cierta fatiga la desmorona,
pero se yerta, se levanta hasta el veredicto de su sueño, la huida. Y huye, ya
no puede retroceder. Los ángeles del universo la visitan. La contemplan con sus
alas quebradas, rajadas, con gotas de sangre lamentando la tierra. Los ángeles
del universo la acogen, se la llevan donde los ojos son túneles oscuros donde
no se puede pasar, donde no se puede descifrar. Y ella herida…herida de dolor,
herida de amor a sus raíces se va, tranquila, con la sonoridad del viento suroeste.
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