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Todavía
el frescor viene a mí. Es como manantial incesante que responde a la esperanza de
que hay algo, algo queda en este planeta donde los desastres habitan. Habitamos
en el sistema solar y este sistema solar habita en la galaxia de la vía láctea.
Una galaxia espiral como el humo desvanecido de un cigarro que me fumo. Caigo
en el asombro cuando detenidamente contemplo su auge cuando cae la noche. Y
entra la madrugada, una madrugada lucida en su espectáculo, bello, sincronizado
con nuestros comportamientos. Somos tan diminutos que se diría cuando intento
formularlo en mi razón que no más que un islote de este gran sistema solar. Y
que no es grande, solo que nuestra perspectiva se pierde en un yo, en un
egocentrismo que no nos deja ver más allá. Habrán más tierras, más planetas
donde la condición de vida será favorable. Pero, quién las habita. El callar
conmueve mi conciencia. Un callar que se vuelve ávaro, desconfiado y viajo más allá
de este sistema organizado por planetas, satélites, cometas, asteroides dependiendo
del sol y sus propios ejes. Y si esa vida no estuviera muy lejos, me pregunto. Hago
viaje interestelar, no envejezco y me sumerjo en el ayer. Atravieso un agujero
negro y estoy en otra época, otro siglo distante al ahora que no es el ahora ,
que es el mañana. Veo la humanidad, al igual que ahora, con sus mismos
desprecios a lo foráneo, con su mismo desdén al extranjero. Solo quiere poder
más poder. Veo un camino , un camino oscuro que me hace temblar, sacude mi
cuerpo y me dejo llevar . Cierro los ojos, me transporto en el tiempo y soy más
allá de esta conciencia, una conciencia, azul, malva, blanca donde las
pacíficas ganas de mi viaje me dejan ver ese más allá de esta esfera. Es como
me succionaran para luego escupirme en otra dimensión, parece que floto, me
respiración se atenúa y estoy aquí en la tierra, en el mismo planeta. Miro a mi
derredor y una exuberante arboleda está ante mi y me veo reflejada. Soy una
persona de mediana edad, de pelo castaño claro y ojos claros. Soy una persona
que la desidia la abandono a un lugar remoto de las islas. Soy una persona de
estatura media. Soy una mujer o no soy. Soy un ser humano. Una persona
involucrada al canto de los pájaros cuando la pena no la embarga, cuando la
jovialidad de un día es plausible en su corazón. Soy una persona involucrada a
la no violencia. Soy una persona sin raza, sin etiquetas impregnando cada acto.
Soy naturalmente neutro, mis ojos se fijan en las copas de estos árboles y no
logro ver su final y no logro ver el cielo solo, la sombra de ellos, ese
frescor inconfundible de la madre naturaleza. Doy un paso, me aproximo a uno de
ellos y lo abrazo, su diámetro impide que mis dedos se toquen pero prietamente
lo abrazo. Me transmite tranquilidad y me habla. El árbol conversa sobre lo que
ha vivido a lo largo de los años, de los siglos y me cuenta su historia, que es
la historia de todos. Creo escuchar una flauta o es el viento. Un viento que
viene, que va y al final se desvanece. Cierro los ojos. Yo abrazado a este
árbol…hacia tanto tiempo. Y aquí la vida existe, de repente pierdo el
conocimiento y siento como algo me traga en su oscura masa y al abrir los ojos
estoy en el mismo lugar. Otra vez en mi siglo, en el año 2050, aquí donde las
mareas de plástico barren las playas vacías. Un tambor. Una noche. Las
constelaciones. Mi retiro donde aun queda algo de vitalidad, de entusiasmo. Y
el tambor se ronda alrededor de mí a medida que viene. Su ritmo es acompasado,
sinónimo de ilusiones, de existencia, de un cambio.
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