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Vuelves,
como se puede volver lo interminable. Una espesa capa de fresco acoge mis ojos
y habito donde las estrellas placen en el caos y el equilibrio de este mundo. La
noche se hace cristalina y yo de mi casa cueva me asomo a la puerta. El fresco
de un otoño derrotado acaricia mi cara y me siento renovada visión de lo que
habita más allá de esta esfera. El tiempo , inestable, se contiene y puedo
respirar por unos momentos ese regalo del cosmos. Sola, con mi perro Arturo,
guía de mis pasos perdidos me mezclo con el follaje de este apartado lugar. Voy
al lugar de mi encuentro, donde tengo todos esos aparatajes para observar
detenidamente, insistentemente esa zona visible del universo. El tiempo es grato,
mi madre me viene a la memoria. Ella me crío como hija de los astros, como hija
de esta cueva acogedora donde ahora me quedo, como hija de noches que terminan
cuando el crepúsculo besa mis párpados. Me siento donde una roca en la
intemperie de mis sensaciones y una brisa pertinaz pero sutil se cruza en mi espíritu.
Me siento elevar en los pensamientos, en una memoria perdida donde que escala
en la armonía. No espero visita. Yo he designado mi modo de vivir, ajeno a la
polución. Quiero disfrutar por los pocos años de existencia que me queda de mí,
de mis ojos perdidos este cielo oscuro con sus gotitas brillantes de
maravillas. Y es que es algo maravilloso. Yo, aquí, sentada, observando el
nacimiento repetitivo de las noches. Y es que es agradable, sensato el estar
aquí, en medio de la nada humana, donde aun sus quebrantos dolientes no han
podido hacer cenizas, hundir este apartado canto de la naturaleza. La madre
tierra me saluda. Mi madre me saluda e inspira cierta tristeza confortable que
me aleja de todo, del todo. Aunque la noche sea clara, el mar de nubes asciende
hasta ser parte de ellas, la humedad me rinde y disfruto mientras la celeridad
de esta se disipa a medida que las horas se van. Mi madre está conmigo, esta
madre que es madre de todos. Y confío, confío en las horas, confío en este
destino que describe cada uno de los puntitos luminosos de este firmamento
bello, increíble. Ramalazos de la vía láctea se perciben y que más decir de
esta belleza. Una belleza donde la paz es sonora es invita especial en este
mundo convulso, desquiciado. En estos momentos anoto cada observación de manera
sosegada, ya llegaran otras noches. Inspiro y espiro, mi vientre se insufla de
recuerdos, de una cotidiana calma infinita, de un querer, de una dejadez como
máscara inquebrantable de mi esencia. Y ella vuelve, vuelve como las flores del
amanecer cuando la primavera se expande ante nuestros sentidos. Miro por uno de
los telescopios, mi ojo se retracta a un satélite de los innumerables que
forman esta respiración del cosmos. Su danza es la similitud incorpórea de
retazos de la lentitud. Su danza es detenida, casi estática y yo me dirijo a el
como fuente de una oportunidad, de una ilusión que produce esa necesidad de
saber por quien son succionado nuestros muertos cuando su energía abandona este
planeta llamado tierra. Si , estoy en la tierra, corre el año 2050 y una grave violencia
tanto del reino natural como antropogénica azota a este planeta. El agua es
escasa, estamos en abril. Un abril cualquiera . Pero aquí, donde habito, este
abanico de desesperación aun no hay hace escala para el sufrimiento, la ansiedad,
la pena del humano. Y me gusta conversar
a solas, conmigo, con esta pizca de maravilla que me envulve. No sé, dreno como
una felicidad en mis entrañas que desfila en el asombro de mis ojos. El asombro
de contemplar este más allá de este globo.
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