sábado, julio 19, 2025

HABITACIÓN CERO(3) NARRATIVA

 

3

La madrugada, despierto donde me había quedado, en el sofá. He sentido la llamada de alguien, pronunciando mi hombre. Una llama que se revolvía en el silencio y la angustia. Una angustia que yo ahora poseo, aquí, en este sofá, frente al piano. Parece que solo se deleita con una pieza. Y es que lo escucho, es algo tórrido y triste a la vez. Mi corazón gira y gira entorno a ella, ahora, desde la distancia. Me levanto, con la molicie de esta columna vertebral que quiere quebrarse para no andar más. Me fijo en el piano y calla. Estoy en ese estado de embriaguez de la pena y la esperanza. Esa esperanza que se fuga a cada minuto, cada segundo que paso. Miro el almanaque , los días se agranden, me acogen entre las neblinas de mi sombra y bebo agua….mucha agua. Voy hacia la caja donde están los restos de aquellos cuerpos de las montañas sagradas aborigen de la isla. Cuando espabile, mañana, la llevaré al instituto forense antes de ver a madre. Quiero una solución , un estudio de esos restos para poder realmente construir su historia y narrarla en la cabida de la suposición e imaginación. Aunque ya la tengo en mis manos, quiero asegurarme. Una tribu. Otra tribu. Dos jovenzuelos, casi chiquillos. El de un rango inferior , ella una princesa prometida en lazo de su nacimiento. La huida. Una huida bajo un mar de estrellas que los llevaron hasta ese lugar donde ellos gritaban a sus dioses, donde honraban con sacrificios para la venida de la buena lluvia, de la buena cosecha, de la buena suerte. La búsqueda , frenética, ambicionada de venganza de sed y hambre de muerte. Habían cometido un comportamiento castigado por cada una de las tribus aborigen. ¿Y la muerte, por parte de quién? A ello quiero llegar, ellos abrazados en el último calor de la noche, del día, de las estaciones. Y pensar que aun seguimos igual en muchas culturas, se me eriza la carne, un frío demoledor se incrusta en mis cachetes y respiro. El gen del mal existe, creo. Hay quien hace el mal, por hacerlo y puede ser cualquiera. Siempre con la máscara batalladora de su maquillaje ante una sociedad cegada. Y otra pieza, me siento en el piano y dejo que mis sentidos muevan mis dedos amaestrados matemáticamente en busca de la inspiración. Un piano. No hay partituras solo, los alientos del alma, de esta eviterna melancolía que azota mi contemplación respeto a este mundo. Fuera treinta grados y es la madrugada. Sudo, el ventilador pequeño de la madre, de mi madre me desquita en mi silencio y soledad, solo el piano, algo de fresco. Y no sé que porque siente una tranquilidad majestuosa…demasiada tranquilidad. Esta especie de música, de melodías pequeñas suenan cuando son las tres de la mañana. Sí, las tres de la mañana, cuando la isla duerme, cuando en su agitación mi madre gravita en una habitación de paredes blancas y piso gris. Desde mis sentidos intento llegar a ella, la espera se hace desgarradora. Y a veces es que soy rastros de la desorientación, de esta incertidumbre que me muerde. Y toco. Y me es igual la hora. Las tres, son las tres. La tengo en la mente, junto a sus latidos. Ahora que busco mi yo, su yo. En estas notas las hallo. La madrugada es oscura y callada, solo conversa la música con mi espíritu. De vez en cuando un resoplido insufla mi tensión y me siento caída, perdida , continuo. La música alivia todas las penas.

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