Miras al
infinito del cosmos cuando bajo una cumbre nevada eres eco de pinzones
dormidos. Miras con el quejido de tu alma que siente los precipicios que buscan
el brío de las alas al moverse para danzar con la luz de la luna. Y quieres
saltar. Sí, ser pisadas de otros recuerdos que te insuflen las ganas. Ahora, solo miras. Miras como el vacío de tu
vida se adentra por un bosque oscuro y apagado donde la tenebrosidad de su
sombra es fuente que bebes. No sé por qué. Beber de lo que ya se fue. De lo que
ya no es. Y miras, y yo te miro. Miras
la llamada de la brisa que te hace perderte por senderos aislados a la
firmeza. Como rostro oculto atravieso
tus sentidos. Y no me ves. Te vas con tus ojos de la desgana a un lugar que te retira de las emociones, de
las hogueras felices del amor. Miras. Sí, miras esas curvas brumosas que has de
recorrer y la pesadez llega a ti. Levántate amiga, te digo. Ven aquí donde una
fogata de vida dará lumbre y calidez a tus ojos. Lo desechas. Huyes. Y en esa huída caes. Otra
vez no ¡No¡ Caravanas de languidez
azotando a tus espaldas. Una tras otra.
Otra tras una. Miras con cierta
fragancia que se expande a la nada. Una nada que con navajas corta el aire que respira. Ven aquí. Sí, aquí
donde al calor de un arco iris seremos burla
a eso que tu llamas ayer. Y viajaremos por esos paisajes donde nuevas
alegría te darán descanso. Miras. Sí, miras. Y yo te miro. Miro como de tu
muerte vuelves con manos de pétalos y corazón de vida.
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