Y sin nada
esperaba ese vagón que la llevase lejos, muy lejos. Allí donde las praderas
fueran atmósferas de arboledas donde el arco iris estaba tatuado en sus hojas.
Hojas que caían al suelo y llenaban esa tierra de un colorido de vida. Y llego y se subió. Con la plenitud de una
esperanza que se iba enervando en sus venas. Estaba vacío. Nadie iba. Pero ella
se sentó al lado de la ventana. Y veía con el rápido murmullo de una sierra
oxidada como avanzaba a través de un
paisaje que se volvía gris a veces, que se volvía verde a veces, que se volvía
blanco a veces. Una gama que la inducia
a los sabores de este planeta. La tristeza, la esperanza, la muerte. El viaje
se hizo largo, tan largo que fue fecundidad de lágrimas al ausentarse de donde
había nacido. Todo era ahora un
aberrante exterminio de sus sueños, de sus propósitos. No entendía muy bien
pero una larga soga era tendida en otra parte, en otro lugar. Allí donde las
arboledas del arco iris le dieran de beber para ser vertical de nuevo. La fatiga le vino, el frío penetro en sus
entrañas que no más hacía temblar cada uno de sus sentidos. Tan largo era ese
viaje…Iba desnuda. Qué más da. Solo con tu cuerpo pintado cada una de sus
ilusiones, cada uno de sus deseos. Hasta que llego. Llego allí donde las
praderas eran atmósfera de arboledas donde el arco iris estaba tatuado en sus
hojas. Se detuvo el tren. Bajo. Un cielo límpido columpiaba a aves de muchos
colores. Una se aproximo a ella.
Ave: Ya has
llegado. Tu mente te ha hecho llegar
hasta aquí. Hasta aquí donde los árboles de arco iris guían canoas en el
firmamento donde no existe la muerte de sus sueños.
Ella:
Si. He llegado. Parece que desfallezco, el esfuerzo ha sido demasiado. Pero
antes de cerrar mis ojos quiero admirar esta tierra. Tierra de libertades, de
esperanza, de sueños reales.
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