domingo, febrero 16, 2014

Sin nada...

Y sin nada esperaba ese vagón que la llevase lejos, muy lejos. Allí donde las praderas fueran atmósferas de arboledas donde el arco iris estaba tatuado en sus hojas. Hojas que caían al suelo y llenaban esa tierra de un colorido de vida.  Y llego y se subió. Con la plenitud de una esperanza que se iba enervando en sus venas. Estaba vacío. Nadie iba. Pero ella se sentó al lado de la ventana. Y veía con el rápido murmullo de una sierra oxidada como avanzaba a través  de un paisaje que se volvía gris a veces, que se volvía verde a veces, que se volvía blanco a veces.  Una gama que la inducia a los sabores de este planeta. La tristeza, la esperanza, la muerte. El viaje se hizo largo, tan largo que fue fecundidad de lágrimas al ausentarse de donde había nacido.  Todo era ahora un aberrante exterminio de sus sueños, de sus propósitos. No entendía muy bien pero una larga soga era tendida en otra parte, en otro lugar. Allí donde las arboledas del arco iris le dieran de beber para ser vertical de nuevo.  La fatiga le vino, el frío penetro en sus entrañas que no más hacía temblar cada uno de sus sentidos. Tan largo era ese viaje…Iba desnuda. Qué más da. Solo con tu cuerpo pintado cada una de sus ilusiones, cada uno de sus deseos. Hasta que llego. Llego allí donde las praderas eran atmósfera de arboledas donde el arco iris estaba tatuado en sus hojas. Se detuvo el tren. Bajo. Un cielo límpido columpiaba a aves de muchos colores. Una se aproximo a ella.
Ave: Ya has llegado.  Tu mente te ha hecho llegar hasta aquí. Hasta aquí donde los árboles de arco iris guían canoas en el firmamento donde no existe la muerte de sus sueños.
                Ella: Si. He llegado. Parece que desfallezco, el esfuerzo ha sido demasiado. Pero antes de cerrar mis ojos quiero admirar esta tierra. Tierra de libertades, de esperanza, de sueños reales.


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