Yacer. Si, yacer en el lecho de una muerte que me viene, que
me arrastra hasta los pozos oscuros. Aquí estoy, tumbada, con los ojos cerrados
escuchando, escuchando lo que ante mí se dice. Palabras y palabras que se
nutren de mi desesperanza de seguir viva.
Ya no hay remedio siento el dichoso grito de los astros que me llevan y llevan
a otro mundo, a otra atmósfera de donde no regresaré. Mi descanso. Sí, descansar después de
batallar y batallar durante años, durante las estaciones que vienen y van. No siento
dolor sino una paz extrema. Ahí está mi ataúd, es simple para que guarden mis
cenizas durante años y años. Todos esperan, los escucho en este estado que
parezco dormir solo la agitación de mi pecho los hace caer en la esperanza pero
ya no puedo….ya no puedo más.
Se nos va, lo presiento. La miro y la palidez que engloba su
rostro me asusta. No, no puede ser. El dolor viene. Viene con sus martillos y
cuchillos abarcando todo mi ser. Aguanta, le digo. Pero no…no escucha. Parece
dormida. Y qué hacer, se va. Y por qué recordar cuando su sonrisa era alegría
bajo este techo. Ahora la miro, tan plácida pero se va. Se sumerge en las
profundidades de esas tinieblas que no se…que no se lo de su existencia en el
más allá. Y le agarro la mano, fría, muy fría. No siento nada, ni su pulso. Se
habrá ido…no…no puede ser. Quería contarle tantas cosas…
Me agarra fuerte. Yo no puedo. Ya es la hora de volar y
volar por las sendas brumosas de las cenizas, de la oscuridad. Me siento bien.
Me desprendo de mi cuerpo que yace ahí postrado sobre una cama. El universo me
espera. Sí, ese espacio de dónde venimos. Adiós amiga, ya llegará la hora de
reunirnos y elevarnos en nuestros recuerdos. Ahora, me voy lejos, muy lejos.
Siento una fuerza extraña. Una fuerza como si la apresara.
Su aroma está en esta habitación, no llego a comprender si ya no está, si se ha
ido. Un haz viene hacia mí, una luz que penetra en mi pecho y me hace
edificarme sobre felicidad. Ha muerto tranquila, en calma, con el reboso de una
sonrisa que me trae la memoria.
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