Caracolas, algas y un sinfín de rorcuales
vagando por el espacio abisal de nuestras entrañas. El océano. Sí, ese que con
sus peripecias a través del sereno oleaje nos visita a cada instante, en cada
momento de nuestros pasos. Escucho su rumor como éxtasis del vivir. Me pierdo
en cada llamada de su cuerpo gris cuando la tarde cae, me induce a ser alas
plateadas bajo la luna albina de sus profundidades ¿Qué misterio guardarán? Llameante
danza de cetáceos en la clara visión de mis manos. Ven, me dice. Voy con la
mirada contemplativa de su belleza, de su perfecta armonía. Despacito me
sumerjo en su atmósfera, me acoge con su gran masa hasta lo hondo del hechizo.
Sí, hechizo. No puedo detenerme. Una pequeña cumbre de bruma asciende cuando mi
ser se halla entregada a él. Continuo, hasta mecer mi cuerpo en las esferas de
la lejanías a tierra. No sé si regresaré. Todo lo que ronda es placer,
tranquilidad y el incesante cántico de las mareas…de las mareas.
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