No. No me llames. Solo
envíame esas hojas otoñales impregnadas de tu aliento . Un aliento del cual me
nutriré y veré tu imagen a través del sueño. Estas lejos….muy lejos. Aquí, no
hay nada que contar, todo sigue igual. Sí, ahí desde esta ventana, de nuestra
ventana del ayer observo la misma luna: triste, embelesada, conspirando con los
espíritus que alzan su andadura más allá de ella. Aquí ando sentada, en tu
silla, escribiendo…escribiendo al silencio, a las llagas que con su tic-tac
tilintan en mi memoria ¡Ay la noche¡ se enhebra en ramas cuyo mecer al son de
la brisa hacen que se retuerza bajo las esferas de una ruptura…nuestra ruptura.
No sé que más decir libar de estas azules paredes el frescor de cuando nos
conocimos. Un perro ladra, a lo lejos un faro guiando la incertidumbre de los
ahogados. Ahora te dejo, ya seguiré…
Ella se levanta de aquella silla donde
el influjo de su amado adolece su alma. Huele esa hoja. Esa hoja amarilla que
llegará lejos, muy lejos. Se eleva ante la ventana. La luna…la luna. Redonda
figura donde se dibujan blancos pensamientos que la lleva, que la ata a los
sonidos de su ayer. Se va a su dormitorio. Se envuelve en arrugadas sábanas
grises donde el resonar turbulento de su ser busca y busca algún pedacito de
él. Cierra sus ojos, una nave de ilusiones y esperanzas le entrega parte de un
mañana, de un deseo que la yerta en puentes colgantes que ha de pisar, que ha
de seguir…. Metralla de sueños insondables, un sudor por sus sienes. Despierta.
Ahí está. Sí, es el que ha venido para acogerla en su regazo moribundo. Ojos
que en su viaje a ella derivan a pozos de lodo. Ojos que con su llanto son
tapias que ya ella no ha de pasar. Se
encoje en su cama. Ojos rebotando a la nada, a la nada…la luna sigue ahí, tan
estática, tan solemne en su vasto jadeo cuando las manos quiebran, cuando el
corazón se evade en los racimos de gotas de lluvia hechizadas por el viento.
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