sábado, octubre 21, 2017

la playa

La playa y en ella una avenida. Alguna música suena a lo lejos. Dos hombres que se encuentran.


E:
Mira mis manos. Sí , estas manos de unas tierras extrañas para ti. Por si no lo sabías habitamos la misma esfera pero con distinta condición. Te las enseño por en ellas se refleja el sudor, el penar de años, de siglos  reposadas en ellas. No me mires así, como algo marginal a tus ideas. No, no sé escribir. No he ido a la escuela, es más, del lugar que vengo no existen solo la enseñanza de la vida, de los ancianos que habitan mi pueblo. Ellos dicen que algún día cuando el sol sea lamido por la luna todo cambiará, seremos iguales. Sí, iguales ante la muerte. Nuestros huesos sean gemelos , nuestro espíritu habitará en la sonoridad de este mundo. Yendo, viniendo en cada recuerdo de nuestros amigos. No te acercas, no quieres darme la mano. Mira tus manos…por favor míralas y cierra los ojos. Dime lo que sientes, lo que te transmito a lo mejor no mucho más que las tuyas , iguales pero finas, cuidadas.
H:
No, no te tocaré. Mi mente esta concertada con el repudio, con la fuerza brutal de echarte. Sí, vete de aquí de dónde has venido. Este lugar es tranquilo y ahora ustedes. Sí ustedes vienen con los hombros de la miseria, de la incertidumbre a estas tierras ricas en su crecer y crecer. No, no te tocaré. Márchate ya, molestas. Me siento incomodo ante tu presencia. Yo no puedo hacer nada. Solo proteger mi ciudad, mi país.
E:
Mis manos. Ni te atreves ha obsérvalas. Sientes miedo al qué dirán. No eres valiente, la cobardía te ampara a ti y a muchos. Pero no me iré. Quiero aprender de lo que no tuve oportunidad. Soy mayor, muy mayor. Las canas surcan por mi rostro, dolido ante tu negativa, ante el ayer, ante el presente.
H:
Vete ya, vuelve a tu pueblo. Deja está sociedad que sigua su senda alejada de todo mal, de todo harapiento como tú.
E:
Duras tus palabras. Me dices harapiento. Yo no soy vagabundo del aire que respiras, ese aire el mismo que el mío. Me iré….sí, como preso de tus sentidos, erróneos, fatigados. Vuelvo a mi casa, hace frío, es otoño. Le diré a mi pueblo que todo es falso…sí, eso que dicen de una vida mejor. No soporto el odio de tu mirada, tu repugnancia ante mis manos. Déjalo ya, me voy. Aislado en la cárcel de los sueños, en lo que cuentan.         


Y se va como defensa de su tierra. Penetra en el oleaje calmo y desaparece cuando una pardela lo llamo. El otro retorna a la venida con el pecho inflado de que algo anda mal. Su razón lo lleva a la impotencia. Mira por un momento a la orilla, el ya ha desaparecido. Todo tiene que cambiar, se dice. 

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