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Cuando
todos los feligreses se difuminaron en sus deberes el cura de la iglesia salió,
silencio, se dirigió al convento benedictino. Allí, los monjes estaban en
consejo de importancia después de los maitines reunidos donde comían.
Conversando de los sucesos que achacaban a la diminuta ciudad en esos meses. El
abad tomaba la palabra y preocupado por los hechos se llevaba las manos a la
cabeza. El sabía lo que ocurría, mientras, el cura ignorante no encontraba la
solución del por qué ese mal cuando la mañana asoma. Pidió el callar a los
cenobitas que eran monjes sujetos al abad y vivían en el convento. A un ermitaño
que andaba de paso lo miraba fijamente. Tú, serás el elegido ante este
atropello de las mañanas, ante este terror que vive está aldea pecadora en el
continuar de los días. Toco y toco la gran puerta de madera del monasterio pero
nadie abrió, por un momento se fijo en su alrededor y en esos sietes riscos rodeando la aldea.
Ellas culpables, se dijo para sí mismo. Ellas, vengadoras de mi gente los ha
cegado y creen que el infierno con el fin de sus vidas se aproxima, lento, pero
se aproxima. Ellas merecen el peor de castigos, la muerte. El párroco al no
sentir nada entró. Todo era vacío, nadie ambulaba por aquella arquitectura
monástica. Se dirigió al comedor, donde los monjes se reunían pero la puerta de
este también estaba cerrada. Puso su oída en ella y escuchó una voz de su
interior, era el abad. No distinguía muy bien lo que hablaba pero sospechaba
que sería algún tema relacionado con los movimientos de tierra existentes, con
el pánico suscitado en la población. Entró sin pedir permiso lo que el abad con
ojos de furia y severo lo miró. No, no se llevaban bien. Un malestar existía desde
hace años por esas condenas a los más indefensos, por esas torturas habidas sin
solidez que las amparara. Lo echó como se echa la malévola presencia ante los ojos
desteñidos de sufrimiento ¡Fuera¡ dijo. Estamos reunidos. Cuando acabe me
conversaré con usted señor cura. Un señor cura que se sintió tormentoso,
tempestuoso, agrio, áspero, solo. Fue hasta el patio central, miro el cielo las
nubes espesas se iban acumulando en la aldea ¡Brujas¡ ¡Más que malditas brujas¡
, se dijo en tono desaforado…
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