Miraba la luna, mujer de
incrédulos ojos a la par que su espíritu la envolvía en una danza a cada
estrella fugaz esfumada. Miraba la luna, un juego atento donde los corazones
rozan la armonía, la verticalidad de sus alas en el confín de un cosmos
misterioso, sibilino, nostálgico. Miraba la luna en su cuerpo pequeño y alcance
de cumbres donde el resonar de las aguilillas la emocionaban en la rotunda
noche. Miraba la luna y una calma se apoderaba de sus pensamientos, caminando
por parajes desconocidos de su conciencia. Miraba la luna y no dejaba de
mirarla vertida en vagos recuerdos transportándola a una dimensión alejada de
la realidad. Miraba la luna, el callar del nocturno la inducia a ser ella. Sí,
ella, en su atmósfera acogida a la nada. Miraba la luna y no dejaba de mirarla,
solo, sábanas blancas tendidas columpiándose con la brisa fresca, húmeda. Miraba
la luna en todo su esplendor, en toda su belleza y su danza continuaba, seguía
al ritmo de las horas lentas, de su soledad.
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