sábado, febrero 01, 2020

Un foco...






Un foco a ras de la orilla donde el oleaje bravo, violento por la ira del viento somete cuerpos a la nada. Almas vagan en la madrugada en busca de una luz, una luz preñada de esperanza, una luz horizontal que los lleven al refugio de sus seños. Caminan cansados, azotados por el largo viaje a las fosas del silencio, del anonimato. Ven un árbol cuyas ramas rotas despliega un fuerte latigazo a sus ojos. A sus ojos caídos. A sus ojos desvanecidos. A sus ojos blancos. Tumbas estrangulando el mar. Tumbas surcando con el viento norte. Tumbas lamiendo cada anhelo de prosperidad dejado en los crueles sótanos de la oscuridad.  Y aquí estamos, los que sueñan en vertical, los preñados de calma, donde el mundo hace un hueco para la paz. Sí, la paz. Una paz ajena, desconocida para los que surcan los océanos, los desiertos, los inviernos, las batallas, la muerte. Y allí, un foco, a ras de la orilla donde el oleaje bravo, violento por la ira del viento se nutre de alambradas ensangrentadas, muros de venas cortadas. Una huída que no se apaga, una huída levantando penalidades en las yemas de los dedos reventadas. Sí, la paz, la cordura, el elocuente equilibrio entre la existencia y la tierra ¿para cuándo? No, no. Giro entorno a una hoguera donde las estrellas me hablan  y bajo su sombra humedecen mis mejillas y no es un llanto. Un foco a ras de la orilla donde el oleaje bravo, violento por la ira del viento somete cuerpos a la nada. Un espacio donde enrarecidas atmosferas nos convierte en vacío.   Somos vacío. Somos neutralidad. Somos  eco nulo en transcurso de la agonía de los pueblos.

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