miércoles, abril 08, 2020

DIVAGACIONES DE UN 8 DE ABRIL....


Andamos hacia un nuevo sol, bordado por lágrimas áureas de esperanza. Mientras, seguimos aquí, estáticos, contemplando el erupcionar de la jornada. Una jornada benevolente, agraciada por una rutina que se hace soportable, inmensamente desbordante en deseos.  Por mis manos pasa la música, pasan los garabatos, pasan las palabras con el sutil encuentro de mi reconditez y ¿ella que dice? No tiene nada que conversar, no tiene nada que describir en los actos del hoy, del ayer.  Solo un despecho racional a esta guerra de la conciencia, de la vida. Pero, me detengo y soy caricia permeable al mañana. Sí, ese mañana que nos conmueve en la ansiosa venida con sus chácaras, con sus guitarras, con sus violines, con su piano manso, calmo. Miro a esta gata que se cruza entre mis pisadas. Me observa y sigue sus pisadas.  Desde un rincón de un cuarto mis ojos se mueven hacia la ventana, aprecio este gran día. Porqué no, un día donde la tibieza de las manos nos anima a continuar, nos aplauden en el eco constante de la espera. Me ducho, me pongo mi mejor traje y frente a un espejo grito en mi baile, en unos movimientos afrontando a veces la dejadez.  Escucho las noticias y en ellas el poder de la palabra se traduce en una lucha desesperada de contradicciones solo falta entregar papeletas para un nuevo voto. No entiendo. No llega a mi está desunión en estos instantes que parecen eternos tan frágiles.  Tenemos que arrimar el hombro y lo que hay es.  Procuro despistarme ante los sucesos de esta cotidianidad y me despisto, me aventuro a ser gaviota a ras de las mareas, a ser entereza ante la desfachatez de otros. Cara a cara con la virulencia de esta epidemia. Cara a cara con la sonrisa de un niño. Cara a cara con la espera, con nuestros rostros cuando en días muy cercanos veamos nuestros queridos, queridas, aquellos que nos dan un beso como señal complaciente de que todo ha terminado. Ahora me voy. Sí me voy, sumergida en los pedazos de cielo puro que me ofrece la ensoñación, el  despierto peinar sobre un océano donde mis ojos rozan con el sabor de la fortaleza, de impolutos diálogos.

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