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Me
doy cuenta en este respirar de un pasado, de un pasado melancólico en el paso
de las rutinas. Me presto a las noticias con este paquete de algún, de alguna
desconocida que ha llegado a mis manos. Remonto las montañas de la memoria y
llego al hoy. Me visto y salgo, voy a comprar algo para comer. Mis sentidos me
dice que avance hasta el mercado más próximo. Voy por esta avenida donde una
masa de aguas cristalina respira el descanso. No hay nadie. Si no más recuerdo
hoy es el día del planeta tierra. Sí, el planeta tierra. Un planeta que se
arruga a medida que lo pisoteamos, a medida que lo desgastamos, a medida que lo
herimos de muerte…de muerte. El nos mira, frío, silencioso, con la nada de sus
raíces y revienta. Sí, revienta con el aullido de la pena, con los colmillos
del hambre. El nos mira en su escalofrío, en su temblor, en su adiós. Un adiós
que supone nuestra ida, nuestra muerte…nuestra muerte. No hay nadie en el
mercado, compro algo de fruta, de verdura, de pan y retorno con la cabeza gacha
bajo mi techo. Mis pasos son lentos, son fuente de mi aliento, una película a cámara lenta. No he comprado
carne, me viene a mí esas celdas estrechas donde meten a los cerdos, esa
matanza prematura de su verticalidad, presos con él miedo pegado a sus carnes,
con sus ojos henchidos de tanto y tanto lamento. Por qué me viene esa imagen,
ahora cuando la sociedad parece estar enferma, cuando me retraigo en mi
infancia. El océano aunque el tiempo se está revolviendo está en calma, eso
parece. Unas nubes vienen, nubes grises que apagan la mañana. Quizás llueva.
Quizás no llueva. Me miro en un espejo pequeño, veo mis ojos, observo mis
ojeras, palpo mis arrugas sobre las mejillas. No, no me molestan. Me aturde
tanto mutismo en las calles. Y si la pardela volviera y picoteara mi ventana...
pero su vuelo es libre, libre como un viento atusando cuando la noche es avara.
Un viento gimoteando entre las sábanas de los sueños. Todo arderá en la
hoguera, todo lo que no sea necesario decía mi madre para no decir, todo mal. Íbamos escogiendo según sus órdenes todo
aquello innecesario y lo llevábamos al patío de aquella casa. Un lugar de
encuentro, allí todos los que vivíamos en la casa nos encontrábamos, nos
saludábamos sin más palabra sino la precisa...CONTINUARÁ
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