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Donde
los sueños emergen en la oscuridad, estoy en mi habitación. Observo mi cama y ahí
está ella y ahí está el. Una muerte temprana se la llevo. Su rostros es
hermoso, con la luz azul de la ida. Parece relajada, tranquila. Intento
acercarme y una fuerza extraña me impide el paso. No, no hay miedo. Es su alma
que ha regresado, pienso, de tanto y
tanto evocarla. Madre, digo. Te fuiste cuando las luces de un otoño caminaba por
una ciudad gastada, cansada a igual que tu. Te fuiste cuando la lluvia era
presura frente a las hojas muertas en las aceras. Ahora, estás aquí, te veo
bien. Igual que aquel último día cuando llegamos a la casa y tu cuerpo tendido
en el suelo con los ojos cerrados. Sí, con
los ojos cerrados. No quisiste da una impresión atemorizante si no más
bien serena. El también, padre. A él no lo vimos en su fallecimiento. Pero
ahora comprendo, estáis juntos donde los astros manejan los hilos de este
mundo. Pero, madre que bien te veo. Escucho una canción, el manojo de rosas,
que tanto a ti y a padre le gustaban. Miro como vuestros cuerpos se levantan,
es una sensación anómala, extraña la que siento. De repente un frío vertiginoso
pasa por mi garganta para luego veros juntos, en un submundo sibilino de los
muertos ¡Ah¡ por cualquiera de las esquinas que anduviéramos las hogueras eran
fuente de alegría , de saltos en danzas enhebrando la cordialidad. Llegábamos a
la playa y dejábamos lo que habíamos traídas, allí, muchos amigos de padre y
madre y nuestros también. Montábamos el chiringuito y todos en ese antesala de
la festividad a comer a espera de la medianoche. Hogueras con siluetas animadas
desplazándose a razón de la brisa. Hogueras donde todos los trastos iban
cayendo. Alguna que otra lanzaba una frase o una oración cual significado no
llegaba a mis oídos , como si fuera un exorcismo de toda negatividad, de todo mal.
Yo preguntaba a madre y ella siempre decía estarán canturreando. Ahí, frente a
mi dos cuerpos transparentes de energía azul, me miran, sonríen, se acercan y
sus brazos se alargan hasta posarlo en mi hombro. No, no hay temor, solo una
dulce calidez ante lo gélido. La pardela acecha, picotea ahora la ventana de mi
habitación. Está ahí, pasiva, mirando en su toc-toc…CONTINUARÁ
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