Veo el venir el irse de las olas que saborean mis carnes. En
la playa, en la orilla, en el mar adentro donde somos hijas de los mares, de
esta tierra enraizada en vaivén de las jornadas. La sonoridad de su canto monótono,
riguroso y grave me conversa y yo soy cuerpo desnudo que se entrega en un sopor
a su entereza, a su vitalidad inagotable. El sol recorre mis ojos. El sol traza
tibiez a mi espalda. Y yo aquí, en la playa. La playa, olisqueo la belleza de
su vida, de esos seres que sus entrañas vuelan en libertad y me estremece una
paz, una paz extraña, ausente cuando me evado de su imperio. La playa en mí. Un
océano de alas cabalgando a ras de mi verticalidad. Un océano inconcluso en
busca de los sueños. Y lo simple se hace grande. Y lo poco se hace expansivo en
transcurrir de la tarde. Y el sol recorre mis ojos. Y el sol traza tibiez a mi
espalda. Y yo aquí, en la playa. Hija de la madre tierra. Hija de infinitos
agradecimientos en el balanceo de su armonía. Y en el horizonte un rorcual con
su balada, la balada de la existencia, la balada de lo bello.
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