sábado, agosto 20, 2022

LA CALLE

 



La calle. La calle vacía. Desde su ventana se precipita una corriente de calor…demasiado calor. Se fija en su mesa…una mesa revuelta de papeles donde están sus deseos, sus sueños. Se deleite en la rutina de mirarlos estáticamente. Una carta de amor…una carta de desesperación…una carta de su yo alargando el hombro a sus inquietudes. Después, se establece en una calle de agosto, en una calle donde las hogueras del verano lo entregan al sudor. Le sudan las piernas. Le sudan los muslos. Le suda su estómago. Le suda la espalda. Le suda la frente. Gota a gota cae en su suelo, tibio y descalzo se sienta en su escritorio de papeles revueltos. Cartas que nunca envío solo, la lumbre de sus desvelos, de su ensueño. Ahí su nombre, un nombre impronunciable. Mastica sus pensamientos y siente la desdicha de la soledad. De no conversar con sus quereres. Solo, un hombre solo en medio de una mesa revuelta cuando las temperaturas tambalean la isla. Y tiembla. Y mira para la calle…una calle donde convergió en sus ayeres, siempre, solo. Apartado de todo. Por un momento escucha el canto de un pájaro. Un pájaro se pierde en el estrangulante calor, en el hastío de la tarde. Se da cuenta de que no es el único. Invoca a las mujeres de negro de una esquina de la calle. Mujeres de negro cautivadas por el dolor de esta esfera. Se da cuenta de que se ha dormido y el delirio del calor hace estragos sobre él. Con su duelo en la desolación llama a alguien, desmoralizado se pierde en un monólogo continuo. La calle es yerma. La calle es áspera. La calle es intransitable y las brumas enfermas de la climatología lo lleva al aislamiento. De nuevo en la esquina las mujeres de negro. Hacen un coro, cantan a la dejadez, al desahucio de este mundo carcomido, torturado por el humano y su amor vuelve Y su amor lo besa y su amor le limpia el sudor y su amor le dice del dolor de la tierra. La calle. La calle vacía. Mujeres de negro y un árbol que dice adiós.

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