Todo es extraño, llegan esos
navegantes de la atlántica al hallazgo de la fortuna, del hechizo de leyendas
antiguas donde los ojos se expanden en su visión de las islas. Vienen tatuados
de dicha al encuentro de ese elixir de la eterna existencia. Y no somos
eternos, somos polvo interestelar acogidos en un océano donde la dicha nos no
quiere aferrar a lo inevitable, el adiós, la muerte. Y tan extraños somos, que nuestras riquezas
están amparadas por esa agua que bebemos, ese agua que se filra por los poros
de nuestras carnes y nos deshace de la sed. De esa sed eviterna en el sentido
de los vientos del norte. Y por ello vienen, los atlantes en sus deseos, en sus
hechizos juran a los dioses. Cetáceos recurren a su santuario, van a morir y
nosotros , la huida despedaza el pecho, nuestras pesadas espaldas, cayendo
donde la oscuridad nos da lumbre. Todo es extraños, una fogata a medianoche cuando
la luna no está nos alimenta de su calidez, de ese humeante calor que escasea
en estos días, en estos meses, en estos años. Vemos el rostros de niños mutados
de suciedad, escombros y una envenenada sangre, no gritan. Se consumen en el
silencio de nuestros ojos, en el desvío de un sol a otras vidas. Que venga. Que
venga el sol con sus rayos para la lucidez de esa verdad que se anquilosa en
las horas, minutos, segundos quedando en la nada. Todo extraños. Los atlantes
alzan la vista, recolectan manzanas y en sus alientos soplan hasta desafiar las
fuerzas del mal para nutrir la paz. Y alguien se queja, una pena torturante que
escuece muchas gargantas. La muerte. La muerte. Todo es extraño. Se lleva los
ojos abiertos donde los astros designaran su siguiente nacimiento. Y nacerán
nuevos árboles, nuevos soles, nuevas lluvias a ras de este desvariado planeta. Los
atlantes vigilan, jardín donde la esperanza será madre de nuestro mañana.