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Habitación
cero. Paredes blancas. Suelo gris. La tarde cae, la noche viene. Una noche de redonda
luna donde invisibiliza gran parte de este universo que nos acoge. Somos vida.
Somos respirar. Una densa capa de pintura gris de dibuja en tus ojos. Una densa
cicatriz es oscuridad que soporto en estas jornadas extrañas. Sí, extrañas
madre. El vivir nos captura en un suspiro, en un aliento que nos entrega como
forasteros de una tierra que gira y gira entorno a su furia, a sus odios, a sus
venganzas. Estoy herida madre, me siento desvanecer entre arenas movedizas
donde mis manos cuelgan de un acantilado donde los cetáceos llaman al dolor. Y
este dolor mío, solo mío, me hace recapacitar sobre el ayer, sobre el mañana,
sobre el futuro que no es nada sino este ser y estar en el presente. El tiempo
no existe madre. Para mi no existe, solo está tristeza mía que me empuja, que
me absorbe donde los pájaros prestan su silencio. Y es que no me convence. Si , no me convence,
el estar aquí ante ti y tu con tu despedida particular. Me encuentro como
cometa que viaja con la experiencia de su nacimiento años luz en un pasado, fósil
del hoy. Sí, miro la luna desde esta habitación de paredes blancas y suelo gris
y los astros que la acompañan, aquellos que se permite ser visibles en la
oscuridad. Es un pasado, un pasado remoto y ese pasado dice de su presente, de
este hoy que no logramos sanar. Desde aquí, de este ventanal, logro ver el mar,
ese mar que nos merodea y nos ama, a veces. Aunque sea noche de luna, logro
distinguir antorchas alborotadas en alrededor de una hoguera. Será mi imaginación,
pero, mi lucidez, me dice de esas almas que hablan con otras almas, muertas.
Son las hechiceras de la isla. Y concluyo mi saber por datos investigados. Ya
no vivimos la inquisición de siglos pasados. Aquella donde eran quemadas vivas
hasta que de sus almas se arrojase el demonio. Estamos en otros tiempos y no
nos damos cuenta en creer estupideces. No, no digo que estén locas, te digo, que
los albores de esas creencias se perdieron en el camino de este hoy que no es
hoy sino ayer. Hola, madre, dejemos esta conversación de lado, no interesa. Solo
un susurro de la brisa nocturna y la luna dejaremos que nos abrace, que nos
haga un hueco en esta paz. Si, esta paz. Te observo calma y mi mirada vuelve a
ti en esta habitación de paredes blancas y suelo gris. Hola, madre, aquí estoy,
contigo. No sé que haré con está soledad mía, solo mía. Ceñirme a mis pisadas
cotidianas, dejarme seducir por cada despertar cuando el crepúsculo del día
toca a mi puerta. Sí, siempre adelante, con la verticalidad de mis alas subida
en nubes de deseos, de sueños que aun falta por lograr. Y tal vez no los
consigue. Y tal vez, acurrucada en la sombra de sus letargos siempre
manteniendo encendida una vela de esperanza. Y tal vez , quizás, algún día me
enamore de alguien. Descubro en tu rostro una sonrisa en esta noche de redonda
luna y de brisa inquieta. Y tal vez mi vida sea pedestal de ideales, utópicos o
no, efímeros o no. Lo único que sé es que agarro bien mi maleta con el abrigo
del corazón y continuaré por los senderos vestida de lluvia, de soles, de vientos
que tiren al norte, al norte…si al norte de mis sentidos. Oh, madre , te quiero
y tu espacio será luz que me de sombra en el resto de vida. Habitación cero.
Paredes blancas. Suelo gris.
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