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Habitación cero. Paredes blancas.
Suelo gris.
Madre coraje en alas de las almas
perdidas
Madre coraje en el olvido de cada
nube dibujada en las sombras de un almanaque desusado.
Madre coraje arañada en la
conciencia de no ser hábitat de la palabra, del brío de jardines decorados con
pájaros que aún cantan.
Madre coraje, aparata orilla donde
mis ojos agonizan en una pena.
Madre coraje, escenificas el fin de
mi mañana, arropada de las tempestades del día a día.
Madre coraje, tu sonrisa, edifica,
vivifica la constancia de nuestras pisadas por este submundo que solo tú, solo
yo conozco.
Madre coraje, aquí estas, postrada
y tus ojos se resisten al llanto, continuas donde nuestras manos pactan con
elixir de una llamarada de aliento.
Madre coraje, sueños en el
precipicio donde somos resonar del oleaje espeso, pesado , desganado.
Enciendo una vela con aroma a
lavandas…uhm, me es igual. Nos envuelve por momentos en pequeños recuerdos. Tu
cargada, nos derivamos esos campos que mi memoria me trae con tus amigos…si,
tus amigos. Y jugamos, perdidos de vuestra mirada, Aventuras en la crianza
exacta lejana al presente. Correr y
correr , traspasar montañas, trepar
por rocas hasta cima del bienestar. Veo cometas…muchas cometas, blancas.
Alzadas por la manos de un niño, de una niña donde no ha perdido la inocencia,
donde los desastres de los adultos no han sido vinculados, enlazados a sus
vidas. Veo el asombro conservado de esa actitud del viento, de la briza
elevando nuestras cometas, blancas, una y otra vez. Y aunque no lo creas esa
memoria queda de ello y muchas otras cosas. Paredes blancas. Suelo gris. Una
habitación con una vela de lavanda, su olor. La tempestad te persigue en esta
tarde de agosto donde los pájaros deshabitan tu conectividad con lo actual. Me
rindo ante tu cama en esta habitación cero como madre coraje que has sido
mientras tus piernas habitaban las calles de esta isla. Siempre defensora de
los más débiles donde incluyo a los que no se escuchan, la madre naturaleza. Te
agarrabas con tu fuerza aquel árbol dañado por las voces de las apisonadoras.
Te agarrabas por el aquel chillido mal dado a los que se hunden como vagabundos
en una ciudad que anda cada vez más acelerada, más agresora. Y, ahora, aquí, postrada
en una cama de una habitación de paredes blancas y suelo gris. En el azote de
la oscuridad habitada siempre percibo una luz todavía, las horas pasan en el infinito propio de mi postura. Me agarro
a tu mano, madre mía, como absoluto sustento de mi mañana. Desconocido, ignorado.
Madre coraje, océanos de silencio exhuman
ballenas que dialogan contigo.
Madre coraje, lucha por la
verticalidad de tus alas, mudas.
Madre coraje, sendero umbrío donde
los ojos inconclusos se eternizan gravitando sus últimas estaciones.
Madre coraje, despechada,
desheredada de la luz de seguir atravesando soles de arboledas encontradas.
Madre coraje, vertiente donde el
amor viste esta manía mía de quererte.
Ay, madre , sola en medio de un
pasillo que me lleva hacia la hinchazón del vacío, de la utopía.
Quiero que estos soplos donde es
visible de tu vitalidad sea fardo que he de cargar como un suspiro de la
belleza...la belleza de querernos.
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