jueves, enero 31, 2008

La plaza

La plaza ronda en círculos de fuentes donde las palomas y una pareja de ancianos sueñan restos del ayer. La herida de una tarde se deja ver entre el revoloteo de las aves que emigran. Un firmamento blanquecino y celeste se apaga, se ofusca al encuentro del nocturno. Un violín a lo lejos no deja de sonar. Será el enamorado en busca de su amada. Será una nube ebria de pasión en busca de la lluvia acariciante de sus labios. Ella lo eclipsa, huye de él con la tempestad de su cuerpo. El, sin embargo, sigue manando de sus dedos esas notas que se prenden en el amor. Camina por una melodía que solo será fruto de la huída. La plaza concurrida por palmeras desfallecidas y una cafetería solitaria. Un violín de aguas freáticas se balancea en el deseo de que ella se aproxime. Ella con una rosa sin pétalos y blanca decide acercarse y entregársela. Ahí esta lo que siente por él. Nada. ¡Nada¡ Neblinas de oscuridad son pasillos que lo imantan. Un violín deja de sonar, un amor se disuelve en enrarecidos naufragios donde el alma se apaga, se apaga…Un violín deja de sonar, un amor apestando a muerte lo diseca en una sonata abatida. Sin más en la plaza la gente comienza a fluir. Es centro de paso de toda persona que discurre en el vaivén de la vida. Acacias cuyos pilares tejen la sombra, balcones de hierro forjado que anuncian un pasado fructífero y la descomunal estridencia de la polución. El violinista se marcha con los hombros caídos, con sus pensamientos salpicados de carcoma.

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