Y de repente llego la aurora con sus pisadas tiernas de
lluvia. Yo regresaba de la madrugada con una capa que me envolvía de sueños. Y
hacía frío. Y no había estrellas que me dijeran lo tarde que ya era. Pero
desperté bajo la sonata de un piano que toda la noche andaba. Y el olvido se edifico en el engendrar una
nueva jornada. Una jornada donde el
invierno acecha en cada acera plomiza. Me eleve bajo el peso del despertar. Un
café entre mis labios. Un aislamiento donde el ensueño me iba haciendo vertical
para la búsqueda del horizonte. Un horizonte de bruma y sequedad de imágenes. Y
pasan las horas. Y me gusta ese café que vierte la esencia de la danza como
auge de la alegría cuando el tic-tac se emancipa de mi yo. Venga para arriba,
ascendamos sobre los arco iris de la conciencia, seamos pinzones azules de
vuelo bajo por las cascadas emocionantes de una nueva ruta. Y de repente llego
la aurora ceniza. Yo estaba ensimismada en un balcón donde las palomas iban a
posarse. Y hacía frío. Y otra vez el nutrir de mis pasos de habitación en
habitación. Pero desperté con la luz de un enero cansada de retornar a las
espadas de la humedad.
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