jueves, enero 15, 2015

la decisión...

Brotó entre arbustos cuando un cielo se cubría de nubes pesadas, de nubes brutas, de nubes de agua que pronto estallarían  en un chubasco. Ella se la puso en su pecho. Cansada, extasiada la miró con ternura. Hija de mi vientre. Hija de la naturaleza. Su cuerpecito no era que más una masa ensangrentada que quería mamar del pecho de su madre. Solas, en medio de un boscaje de mirada fría, de tacto húmedo. Ella lo decidió así. Parir en aquel lugar que le daba vida, estaba agradecida a él. Sí, el reino natural como manantial de su dolor por unos instantes. Sola, que más necesitaba. “ Hija mía, aquí estás en la sombra de este monte que me ha visto crecer. Es lo de más valor que poseo. Venir aquí y respirar. Sentir…Sentir su frescura intacta en los años que corren. Aquí no hay prisas. Solo la musicalidad de los arroyuelos que me calman, que me besan. Solo la caricia de la brisa que me llena, que me aman”, dijo a su hija.  Un cuervo se aproximó observando con extrañeza aquella estampa. De su bruta voz salió una especie de sonrisa. “Vienes aquí. Das a conocer esta tierra sembrada de bellezas a tu hija. Qué bueno. Si todos fueran como tú. Amar el aire que respiras. Amar las raíces que se engendran bajo tu cuerpo. Amar esas hojas secas que caen sobre tu piel. Y vivir”. El cuervo se marcha tras sus palabras, se aleja silencioso no quiere despertar la criatura. Y llueve y llueve por unos instantes. Después en un hueco entre las cimas de los árboles el majestuoso sol. “ Aquí estoy. Os daré calor. Esa calidez tras la lluvia. Agradecido estoy que me mires. Sí, me miras como si yo fuera la luz que os da vida. Solo soy una pequeña fogata para ustedes. “, dijo el sol. Y el sol sonreía y ella lo miraba. Se levanto. “Ya es hora de irnos bajo un techo. Nos echaran en falta. Bueno a mi…De ti no saben nada.”, dijo la madre. Un coro de lobos se aproximó y las mirabas en ese andar pausado. Ella con sus piernas ensangrentadas. Ella con su vestido sucio y meciendo a la niña. “ Todo es perfecto en estas tierras.  Ya os vais. Adiós queridas, no os olvidéis de nosotros”, aulló uno de ellos.  Cuando llegaron al pueblo las antorchas ya estaban izadas. Bajo su techo la madre lloraba y lloraba de rodillas frente a una foto con muchos santos. Al verla aparecer su rostro se  espantó. Con las horas asimilaron la decisión de ella. Aquella noche, la luna lucia su traje blanco más puro. 

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