Ya han sonado las campanas. La medianoche
se mece en manos de la bruma. Unos pasos. Un grito en la enrarecida oscuridad.
Rostros que se resquebrajan. Un cierto quemor que nos lleva al abismo. Sí,
culpable. Yo, desde aquí, desde esta órbita donde las aves pacen te declaro
culpable. La duda que viene. El viento que comienza sus andaduras. Un cuerpo.
Un cuerpo semidesnudo en medio de la nada. Y otra vez unos pasos. El vago
recuerdo. La caída. Una lucha.
Y girar y girar
Por los desordenes de una atmósfera
Que engarrota al viejo árbol de la libertad.
Desnuda bajo las inclemencias de raíces
Que te amarran al desánimo.
Herida por el roce mortal
De un cuerpo en su último suspiro.
Y girar y girar
En la añeja cárcel del tirano
Con sus dientes de alfileres
Como sombra que seduce.
La noche se aleja. Se entremezcla entre sangre y sudor.
Cuerpo que desfallece. Cuerpo que cae un plano infinito de gemidos. Cuerpo que
se estremece. Despertar. Sí, despertar de la pesadilla como ala rajada, rota, en
el señuelo de la bestia. Rostro degradado. Rostro sumiso a un llanto. Rostro
invisible al aroma de las flores. Rostro quebrado. Y volvemos a empezar. Sí, sumisos a un nuevo
camino donde el daño es huida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario