Viento. Hace viento. Yo aquí, sumida entre barrotes de
espejos cortantes. Me veo reflejada como la niña que fui ayer. Una niña tímida,
temerosa a las emboscadas del circular por esta atmósfera. Ahora, estoy triste,
dolida, con cicatrices eviternas. No…no curarán. Me arrancarán de cuajo de mis
cimientos y seré ala herida en los horizontes donde el sol no nace. Parece que
va a llover, no se decide. Y es que tengo frío, mucho frío…tanto que las
gaviotas insonoras a la libertad han venido a visitarme ¡Marchaos¡, digo. Pero
no quieren, se resignan como yo a estar embarcada a la deriva de mis años, de
la noción del tiempo. Por qué me encierran, por qué me censura a cada palabra
alzada por el temor, por la pena. Muy mal, me trajeron desde lejos con la
recompensa de un mañana esbozado en la belleza de la vida, del bienestar, del
equilibrio. Sí, huía y ya ves, esto es lo que soy. Mujer de mercado, mujer
echada a los perros sedientos de juventud. No más. Y yo…yo ¿Dónde estoy? No
quiero saber de esos posos de café que me daban la buenaventura, que me
refrenaban en la excusa de la huída. Cansada, la nada se revuelca sobre mi
cuerpo sucio, aborrecible y solo soy objeto de esos. Adiós a las promesas.
Adiós al buen amor. Alas de mariposa diseminada sobre esta almohada arrugada,
ponzoña de sueños derrotados. Ya empieza…la lluvia sutil la siento tras estos
barrotes de hiel, apagados. Alas de mariposa incinerada en el devenir de las
jornadas. La muerte. Sí, estoy muerta. No me ves. Gallinas descuartizadas. Sangre,
mucha sangre, solo recuerdo. No, no me preguntéis más. Alas de mariposas
ahogadas, asfixiadas en el tiritar de mis manos, mis piernas.
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