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Evoca la ida, el
desencuentro. Sabe quién soy pero ahora no. Está con su familia sumergido en un
océano plano cuyo horizonte se vuelve gris. Aguas cristalinas nadan en una
mañana rehaciendo el plúmbico de su corpulencia. Me voy a la orilla por una escalinata ausente
de ellos. Camino agotado de tantas horas que han pasado en mi frente, el sudor
me cae. Tal vez un baño en esta maravillosa playa donde ahora comienza a
chispear. Saco mi libreta pequeña del bolsillo de la chaqueta y antes de
desnudarme con la lluvia borrando toda señal de mis pisadas escribo. No quiero
la destrucción de mis versos por lo que me pongo la chaqueta encima de mi
cabeza. Ellos, ahí, ya se van. Mejor, los niños pueden enfermar.
Frágil.
Solemne vuelo a la
oscuridad.
Jaulas oprimiendo mis
piernas.
Ausente, enfrascado en
el delirio
De los desiertos
Encapuchados de
aislamiento.
Horizontes carcomidos
Por haces metálicos
oxidados.
Frío.
Rebelión de mis huesos
Ante mis apagados ojos.
En mi corazón se enquista
La memoria retorcida,
perdida
En los yermos rayos de
un sol
Eliminado por pasos
eclipsados.
Guardo este poema en un
papel que sigue y sigue dentro de mi maleta. Pongo la chaqueta encima de ella y
con la lentitud de las nubes grises me desnudo. Aguas antes cristalina con el
verdor y azul de la atracción ahora son pesadas, un líquido salinoso envuelto
en fealdad. Qué más me da, me dirijo a ella. Paulatinamente me voy introduciendo
en todo su poder, en toda su altanería de renunciar a los seres. Océano de
ahogados, náufragos en busca de la esperanza, de mágicos resoplidos limando su
futuro y el de sus allegados. Huyen de las guerras, del desfase de un pueblo
a otro en cuanto al porvenir. Gélido mar
que entona mis sentidos, parezco despertar de los lodazales de mis pilares.
Pardelas plateadas se asoman a mis ojos, ojos blancos en el sudor inextinguible
de la soledad. Considero esta mi casa. Sí, en un breve tiempo me resguarda de
las intangibles alas de la libertad. No, no soy autónomo y más en el paso de
los años. Desagradecida memoria. Depender de otras miradas que irán tatuando la
pena de mi sombra, sombra negra de mi ayer. No saldré de este océano quieto
hasta que la lluvia se detenga, se detenga y me diga el por qué…¡Ay Anne¡…no
tengo a nadie. Confío en ti, en el suculento abrazo del compañerismo, de la
amistad. Tengo que afrontar el abismo, muralla inaccesible donde impera la
bestialidad de la enfermedad. Yo, joven aún…no hay que fiarse de ello.
Desconfío de ti, de ti vida. Me has engañado, maltratado en como erguir mis
estaciones. Mis lágrimas se mezclan con este mar que no me escucha ¡Dame la lanza
de féretros a ras de mi esencia¡ Para qué vivir ya. Pardelas plateadas de ojos
enlutados me acechan, me enseñan la dirección en donde extinguir mi respiración
¡Ay Anne¡
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