Escavo los sonidos del alba. Me asomo al balcón, geranios
rojos, blancos inundando su estructura. Me doy paso para embellecerme con las
primeras tonadas de la jornada, perfecta, casi eterna en mis sentidos. La polución aun está en calma, cacharros
abogados al asfalto con el trepidante ronroneo de sus motores. Me molesta o tal
vez no. Ahora solo quiero inspirar y espirar de esas filigranas solares
primerizos atenuante de la sequedad y frialdad de mis manos. Me asomo al
balcón, la memoria me escuece. No sé por qué ambulo sonámbula en un ayer
manchado ¡ahí la memoria¡ La cogería por el cuello y la retorcería, le
amputaría cada dolor, cada pena asentada en mis espaldas. Sombra negra de lágrimas y fijamente
miro este despertar, el tiempo pasa pero
siempre hay un resquicio de torbellinos turbulentos que ata cada uno de mis
pensamientos. Miro los geranios, habrá
que quitar las hojas secas. Cojo unas
tijeras posadas en la mesa donde ellos sonríen y los podo. Así están mejor, hay
que arrancar lo feo, lo malo, lo dañino aunque sus heridas no supuren. Los mirlos,
mosquiteros y herrerillos comienzan su concierto y me pierdo en lo armónico, en
lo gracioso, en la belleza resultante de
sus conversaciones. No las entiendo pero
hay algo de felicidad en sus corazoncillos. Pausadamente cierro los ojos,
profundamente observo algo de mi esencia y continúo en la existencia secreta de
las llagas. Las desalojo. Me voy
adentro, el gélido ambiente mañanero rompe mis pesadillas. Me sitúo frente a un viejo aparato de música
y suena Gorecky con su sinfonía nº 3. Me
siento y embelesada soy estática mirada de una pared, blanca, muy blanca.
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