Después de la espera, me encuentra en mi sillón que miran
los astros al anochecer. Turbulentas mareas asciende hasta los huesos y los
rompe y los hiela y los carcome hasta ser hijos de la nada. Cuerpos navegando
en las profundidad de un sueño maléfico. Veo los astros de esta noche de
noviembre y parecen agrietarse para arrojar penas de otros, las nuestras ¡Hijos
de la mismas tierras¡ no se abarca en mi razón el porqué de tanto sufrimiento,
de tanta miseria en esferas desconocidas por mis ojos ¡Mis ojos¡ que espera la
luna para anunciarle la derrota de la existencia, una humanidad que inocente es
tragada por el mal del oleaje. Llueve. Hace frío. El otoño con su poder me
refugia bajo este techo de tonadas tristes, angustiosas. El mundo se mueve por
desfiladeros afilados rajando cualquier empeño de lucha, lucha a la esperanza.
Siempre las mismas batallas, las mimas murallas de ortigas rozando el grito del hambre. Sí, hay hambre.
Sí, hay muertes. Sí, hay sed. Sí, hay guerras impulsadas por el desorden de las
manos que mueven este rincón del universo…pequeño…muy pequeño. Ellos caminan a
la frontera, acompáñame como escudo de mi mañana. Solos, desdichados,
desalumbrados y el final. Tumbas anónimas flotando en la oscuridad. Desde mi
ventana veo un espacio del que no somos nada, solo, diminutas motas de polvo
perdidas en el infinito. Desde mi ventana, en mi sillón, me agrando, me encojo
y respiro hondamente. Suspiro y cierro los ojos y amplio mis deseos en uno solo
¡Volar y volar¡ como aves en los rincones donde la humareda de la paz os abrace
¡Volar y volar¡ no es locura , solo, anhelos de una noche de otoño. Me levanto,
tomo mi café y todo sigue igual. No me enfado, lucho con la inquietud de unos
despertares serenos, bien aventurados.
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