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Miro
por la ventana, una ventana donde la calima se incrusta con su sabor a tierra,
a la madre tierra. Y es que es así, la atmosfera se vuelve rara y nos manosea
con esta tierra que llueve. La visión se hace borrosa, el horizonte se presta a
un quejido infinito. No se ve nada, el embrujo del polvo sahariano nos muestra
lo pequeños que somos. Somos un mundo diminuto en la inmensidad de agujeros
negros de viejos planetas. La muerte de galaxias en el misterio del universo. Miro
por la ventana, una vecina pasea a su perro o su perro pasea a la vecina, según
se mire. La barbarie es descanso. Descanso ahora con mi cuerpo desnudo, con mi
cuerpo aun húmedo, aunque el calor yazca potente en mi rostro. En mi rostro imbuido
en la monotonía de los días. La mujer que pasea su perro desaparece y un
silencio descomunal por unos momentos resalta en esta ciudad. Todo es callado y
no me gusta a estas horas. Después vendrá un tiempo traidor, un tiempo
deslucido por violencia. Ahora, se está alimentando para después vomitar. Pero
mientras tanto , la calma, una calma que persevera la ausencia de lo brusco. La
vecina con su perro vuelve a pasar ante este tiempo bochornoso. La humedad de
mis carnes por instantes se mezcla con el sudor. Otra vez sudando. Hace mucho
calor, las temperaturas son altas. Un aire tibio se cruza en mis ojos y no me
deja aliento. Miro por la ventana, no sé a que espero, a la señora con su
perro, algún que otro vecino con otro perro y así sucesivamente. Fijo mi vista
en el jardín del edificio, cuidado, demasiado cuidado. Rosas, esterilizas,
setos gravitan en su pequeñez, pero bello a la vez. No hace falta ser perfecto.
No hace falta ser exagerado, lo insignificante también puede traer belleza,
también puede traer la perfección de ese momento. Ese momento en que mis ojos
visualizan el jardín. Ese momento en que mi casa huele a ese jardín. Ese
momento en que me detengo y saboreo ese jardín como un gran deleite para el alma. La calle se queda sola únicamente,
farolas y aceras que nos llevan, que nos traen, que nos guían en el rumbo de
los días. Me aparto de la ventana, me lío una toalla y de nuevo voy a refrescar
este cuerpo, que suda. Más y más sudor. Un sudor que se abandona al
agotamiento, a la relajación. Soy yo,
vida presente de esta atmósfera por la que nos dejamos llevar. Soy yo ,
conquistada por repetitivas escenas a lo largo de las horas , de los minutos,
de los segundos. Es así cuando la soledad nos aplaude, sola con mis manías y no
manías. Mientras la cafetera bulle de nuevo…
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