jueves, mayo 19, 2022

LA DANZA DE LA OSCURIDAD(NARRATIVA) 9

 

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Todo lo que sea limpieza hace bien. Una purificación exacta de lo que produce revolturas en tu estómago. Desintegrarse y quedarse en un puente donde te meces de manera solitaria son batallas que hay que afrontar. Nacer de nuevo con el brío de un jardín de flores nuevas debemos adoptar. Todo ha de acabar como nosotros con la muerte. La muerte de gente que nos produce una aglomeración de atropellos y caídas en la existencia. Hay que decir adiós sin más. Sin retorno solo, adiós.  Arrancar todo aquello estúpido en una luz apagada. Hay que encender sendas donde nuestro corazón, donde nuestra razón habite en el bien, en lo estable, en lo verdadero, en lo natural. Fingir que estamos contentos ¿eso es verdad? Eso es antinatural, una cruz que debemos cargar y cansa. Cansa demasiado enraizándonos en el desdén, en la desdicha, en la pobreza de nuestros sentidos. Me acerco al pasillo de esta casa que habito, la rosa negra que agrieta la pared. Parece que ha aumentado. Una duda se cierne tras de mí. Salgo de casa voy al cementerio. Un cementerio en la periferia de esta ciudad, en el horizonte diviso el océano. Un océano donde el canto de las ballenas se hace penoso, triste. Voy caminando, no hay prisas. Las prisas son para urgencias mientras tomo la tranquilidad en mis pisadas. Y es que el día está bonito, una maravilla que me rindo a su perfección. Todo a de ser fluido, dejar correr el agua en su ritmo, dejar correr las noches, los días en su curso. Un embarazo hasta que el nacimiento es preciso en ese instante. Llego al cementerio, entre semanas solitario, aferrado a la sonoridad de los pájaros que pacen en él. Entro y mis cavilaciones me empujan, me atraen a la tumba de mis antepasados. No llevo flores, ellas que crezcan en su naturaleza, en la tierra. Mis manos vacías se conforman con esta visita solo mi espíritu, solo mi amor, solo unos recuerdos. Frente a una lápida de mármol negro me deposito, leo los nombres de aquellos antes de mi  y una pizca de cariño brota en mi ojos.  Se está bien aquí, hay calma, un olor a cipreses y rosales variopintos invadiéndome. Una mezcla de sosiego y equilibrio que me busca, que me encuentra. Sin saber porqué estoy aquí, estática, miro y miro la tumba. Mi niñez recorre cada vertebra de mi columna y se hace ligera, garabatos en los surcos de lo natural, de lo impredecible en aquellos años. La inocencia se posa sobre mis hombros y soy viaje donde la niñez es miseria, donde la niñez no existe, donde la niñez es decapitada por opresores, por vándalos, por la necesitar de asesinar y asesinar aquello que en el mañana sostendrá este planeta. Verdes valles. Verdes prados. Verdes barrancos. Verdes cumbres. Verdes niños. Todo verde como la esperanza. Todo en la sincronización de nuestro mañana en las espaldas de ellos. Y qué hemos hecho. Hemos pagado con nuestras derrotas, con nuestras convulsiones, con nuestras obsesiones su mañana…su mañana. Y una lágrima rastrera se hace hueco en mis mejillas. Y una lágrima ingrata me agita, me hace contemplar el dolor…y más dolor. .Caigo donde estoy, en el cementerio. Sí, es necesario limpieza. Una limpieza de nuestra alma, de nuestras manos sucias ante los inocentes. Paso la mano por cada letra de los nombres escritos en la lápida, en la lápida de mármol negro…CONTINUARÁ

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