viernes, diciembre 05, 2025

HABITACIÓN CERO (NARRATIVA) 32

 

32

Descuelgo. La forense me reclama, me dice que hago en este lugar de las cumbres, del risco caído a estas horas. Rompo en un silencio contundente y cuelgo. Ya en el pueblo busco un bar, son las siete. Las siete de la mañana cuando el crepúsculo se cruza en el horizonte con un sol  recio …tanto, que mis ojos se desvían. Un sol que dice que vendrán lluvias y lluvias en la jornada del hoy. Yo, aquí, apoyada en la barra de un bar, los borrachines ya dan la nota. No hago caso a las miradas, a las conversaciones que surge en este ambiente. Voy al servicio. Con el secador de pared intento coger un poco de calor. Salgo. Estoy en la parada y espero en este espacio que me caricia con el fulgor de su atmósfera. Viene la guagua. La cojo. Yo sonámbula en un salón donde el risco caído impregna todo mi olor. En este recorrido hablo con mi reconditez. Hablo de mis sentimientos, de este corazón dividido entre la soledad y la muerte. Cae por un momento mi asombra de como va aumentando la temperatura a medida que descendemos, de como el paisaje va fraguando otro a medida que nos aproximamos a la costa. Somos islas. Islas volcánicas, temblor. Y en esta miniatura nos liamos con distintos climas. Solo movernos de un lugar a otro, no más. Este microclima nos pondera como un lugar maravilloso, mágico.  Lo que me ha costado a mi una noche se reduce en media hora de viaje. Aquí estoy, en la urbe, pululante como cualquier día. Llego a la estación , bajo del autobús y me encuentro sentado un hombre con su perro guía. Lo observo, lo examino y me aproximo a él. A pesar  de mi decaimiento, de este frío que palidece mis carnes voy hacia él. Lo saludo, me reconoce. Entablamos una conversación donde lo insignificante toma relevancia. Me dice que espere, hasta que el transporte llegue. Y espero en medio de mis cavilaciones, de una conversación envuelta en la nada. Se marcha. Retorno a mi casa. El móvil suena de nuevo y no lo cojo. Dejo que mis sentidos se esparzan en mi esta actitud mía, solo mía. Abro la puerta y el olor a ella se incrusta en mi cuerpo…en mi cuerpo húmedo. Ella, en esa habitación de paredes blancas y suelo gris. Sus restos brotan como una acogida, como una sombra que me protege en estos instante. Voy  a la ducha directamente. Abro el grifo y me desnuda. Me miro en el espejo, en ese espejo que recorre cada día mío, cada día de ella. Mis labios cuarteados reflejan mi sed, el frío que he sentido. Uhm, pero su olor. ….si, su olor  me agazapa en valentía, en entereza. El vapor del agua caliente turbia el espejo. Me meto en la ducha y dejo que corra y corra como las libres de cualquier prejuicio.. Salgo, voy al salón restaurada con un albornoz puesto. Miro la foto que tengo encima del piano. Su sonrisa, su perrita. Me siento orgullosa de todo lo realizado, de sus cuidados. Todos tenemos que marcharnos de esta ínfima esfera y navegar como almas alentadas por un suspiro en otra dimensión, en otro cuerpo…que no es tu cuerpo, pero posee todas las características de tu personalidad. Sí, renacer después de la muerte en ese intervalo intermedio donde el vacío transfiere una luz que no vemos. Y me pregunto, donde están los seres queridos que se han ido de mi esta existencia mía. Amores fallecidos, enterrados en tumbas donde una flor seca llora en la añoranza. Sí, ese pesar de que algo falta, el aliento de los ánimos para aventar los días. Habitación cero, ahí estás tu. Una habitación de paredes blancas y suelo gris. Espérame donde el auge de ese viejo ficus me nombre, donde los cipreses embelesados en cada duelo, en cada dolor me acogerán en la propagación de las estaciones. Insiste el teléfono.