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El taxista va con la lentitud de
estos días, el tráfico se hace desesperante para él. Habla para el mismo como
si eso condujera a un exorcismo de esta ciudad capultada en autos y más auto. Llegamos
a zona del instituto forense, me bajo antes, paso por una ermita, una ermita creada
después de la conquista de las isla, de su época colonial por diversas
culturas. Me detengo, los aborígenes de las islas no más que fueron esclavos de
unas ideas de inferioridad , de menosprecio hacia ellos. Y quedará algo…sí,
hijos en el mestizaje con otras culturas. La ermita está abierta, soy atea
consciente y entro, eso no quita que este recinto se respire un aire de paz. Me
siento, pienso en esa madre en el hospital, en la habitación cero. Pienso en
los desordenes de este mundo por ideologías que llegan lejos , muy lejos , más
allá de sus carencias como la única verdad para asesinar, para la descabellada
manera de actuar con aquellos que no son de su condición. Las religiones nos han
llevado a la barbarie, han catapultado cada realidad de nuestro ayer, de
nuestro hoy con la interpretación en las esferas de un poder descarriado en la
sangre de los otros. Y no se porque a estas horas siento que entra alguien,
miro. Una chica blanca…muy blanco con su rostro tapada por un velo blanco. Y
todo en ellas es paz, lo presiento. Avanza, se aproxima donde esta la cruz y con la fijeza de su cuerpo es tiempo
que se va mirando la figura. Se levanta el velo y besa los pies de esta
escultura casi perfecta en apariencia humana. Afuera se asoma un viento feroz,
las lluvias de nuevo vendrán en este invierno gris para mis sentidos. Se vira,
en su estático cuerpo , se estanca en mis ojos tristes. Sus ojos negros ante su
blanco me estremece, es como si dibujara mi destino, mi mañana. Un
presentimiento extraño embriaga mi estomago, mi pecho. Con la misma comienza
andar hacia la salida, mientras se va disolviendo en una luz azul. Un aura que
me hace meditar en hechos inexplicables de esta vida. Y, sin embargo, una paz
se hila en mis venas sintiendo un gran cansancio. Parece que la erupción ha
callado. Sí, ha callado. Mis latidos se
desinflan, por un momento la visión se vuelve borrosa, me quedo sentada en este
desfallecimiento que no se cuándo dura, pero cuando miro el reloj son las diez.
Fue un sueño, fue una realidad quien sabe. Solo se que de irme al instituto.
Solo se que cierto es mi camino en esos instantes donde una tez blanca , muy
blanca me incorporo a sus ojos. Salgo de la ermita, me sentía a gusto en esa
serenidad de su olor peculiar. Y el móvil suena, es la forense. Los desterrados de esta sociedad duermen
cerca entre cartones y suciedad. El viento se hace más doloroso e instantáneamente
una lluvia febril me acordona. Toco el timbre. Un segurita me atiende, me dice
que espere que va a avisar. Sentada otra vez miro por los cristales de este
edificio. Blanca, muy blanca con su velo pasa por la calle. Se levanta el velo
y sus ojos azabaches otra vez se perpetuán en mis ojos, en mi vientre, en mi corazón.
Señora, me llama el segurita. Señora….un señora que no escucho, estoy
desplazada en un campo de refugiados, estoy desplazada a ese vagabundo, persona
mejor dicho duerme entre las miseras de una urbe que se ha roto. Todo es
urgente, no se puede decir. Una urgencia de cosas que se han destrozado este
mundo. Sus ojos negros se han clavado en mi mente. Señora…señora. No escucho.
Me levanto y me voy. Señora…señora. Alza la voz el segurita. El viento. La lluvia.
La habitación cero , una habitación de paredes blancas y suelo gris. Escribo en
mi memoria una composición de toda esta rabia contenida. Me mojo, piso charcos,
paso de nuevo por la ermita. Su portón ahora está cerrado, por el mal tiempo. La
veo pasar ante mi de nuevo, se pone ante la puerta de la ermita. Y otra vez una
halo azul desprende su cuerpo, blanco…muy blanco. Veto mis ojos por un momento.
Dejo el viento, dejo la lluvia se lleve todos mis recuerdos, todos esas cosas
que suenan mal en el hoy y una sonrisa desemboca en mis labios. Y otra vez, un
halo azul, su cuerpo blanco…muy blanco se difumina con la lluvia, desaparece.
De este raro fenómeno no me dejo sorprender, es alguna señal que no logro o no
quiero comprender, saber. Me reclino en esa habitación de paredes blancas, de
suelo gris. Un agitación, una incomprensión y la interminable duda me blinda . La
lluvia . El viento. Habitación cero.