lunes, julio 22, 2013

El niño y el viejo(2ªparte)

...Pero estaba solo, solo y un enjambre de muchachos con mirada de hielo, de dejadez por la vida.  Poco a poco fue asimilando la situación. Esa situación que lo hacia ser hombre prematuro, jurando su fidelidad a sus superiores, a sus compañeros de combate. Una batalla que censuraba sus sentimientos idos cuando con solo diez años era pieza de un arma y se sentía valiente. Se fue olvidando de sus padres. Si una nube que lo emancipaba de todo aquello que fuera amor. Adulto se creía y con esa creencia vagaba junto a sus compañeros en los campos de fuego. Muertes y más muertes.

Llega otro crepúsculo. Un estruendo se asoma a sus sueños. Ella descalza, desvalida, demacrada corre en busca de no se que. No lo sabe. De repente se halla con un precipicio cuyo fondo es de rocas afiladas. No sabe que hacer si saltar o quedarse ahí. Despierta y con el sudor en sus carnes se asoma. Un día gris del que tal vez no caiga una gota. El inmenso horizonte cubierto de piedras y piedras y esterilidad. Las estaciones pasan, pasan con la lentitud de la desesperación, las horas parecen apaciguarse pero avanzan. Ve pasar el cartero y siempre la misma pregunta.
-         Lo has visto hoy. Han pasado no se cuantas primaveras y no he tenido noticias de él. Vivo está. Eso seguro.
El cartero la encuentra muy desmejorada, más cansada, más ciega, más derruida. Pero ella sigue insistiendo a ese hombre añejo que con su bicicleta y su mochila iba repartiendo noticias por todo el pueblo.

-         Se va. Huye de mí. Tal vez sea muy agobiante. Siempre lo mismo. Pero es que mi desesperación alcanza la agonía. La agonía de gritar, de chillar.
              La vecina la ve como siempre le trae un té como costumbre a esos años de incertidumbre. Desea aliviar sus penas pero no sabe como. Ella también ha sufrido tanto…
-         Vamos Josuan seguro que estará bien. Algún día volverá. Un día inesperado cuando el amanecer no sea estremecimientos de estos campos.
-         ¡Calla¡ Siempre me dices lo mismo. Existe un agujero en mi pecho del cual no borbotea la esperanza. Todo es oscuridad
           Josuan cierra la puerta y deja tras de si a Sara. Sara cabizbaja y con un andar lento va hacia su techo. Dos mujeres rotas. Una con resignación y la otra con un incontrolable dolor. También sus paso son lento, el vaso que lleva entre las manos lo oprime hasta hacerlo estallar contra la pared y ponerse a llorar y llorar. Su marido en ese momento entra, pasmado ve la situación.

-         ¿Sabes algo de él?
-         No.
-         Pues vete. Márchate. Ya estoy harta.
-         ¿Qué dices mujer?
-         Que te vayas y no vuelvas hasta que sea con él. Esta no es tu casa. Estás como si nada pasará y estamos de duelo. Ha pasado largo tiempo y tu no dices nada. Siempre un no sale de tus labios, es como si te diera igual, como si estuvieras con ellos.
-         No hables así. Es la vida y hay que estar preparado para ello. Ya lo irás asimilando. El esta luchando por nuestra tierra, por nuestras creencias.
-         ¡Qué dices maldito¡ Yo creo en mi y en mi familia a la mierda todo lo demás, esa sangre inocente derramada…
-         Déjame paso mujer. Estoy agotado.
-         No. Cuando me lo traigas.
-         Que dices. Esta es mi casa. Tú eres mi esposa, no tienes derecho a echarme así como si fuera un perro. Si acaso la que tienes que irte eres tú, comprendes. Eres una desagradecida.
Josuan comenzó a caminar hacia tras con la violencia que soplaba el viento. Quería desaparecer de su vista. Una mirada violenta e irracional que se incrustaba más y más a sus ojos. Ese hombre, su marido, le evocaba la angustia, una mayor opresión y una desproporcionada impotencia. Se dio la vuelta. No lo miraría jamás. No le dirigiría palabra el resto de su vida. Muda ante él, ciega ante él solo será labor de su casa haría desmemoria de todo ese amor que poseía por el. Y la desmemoria también recorría a Jasón, ya no se acordaba de su familia, de su niñez. Todo había sido extirpado con el paso de los años por el puñal de las armas. Ahora tenía una idea fija, matar a sus enemigos fuese como fuese aunque con ello llevará su propia vida.  Avanzaba como uno más hacía el núcleo de los bombardeos y disparos. No veía nada el avanzar y avanzar. Escucha una voz que viene de una de las casas en ruinas. Se aproxima inerte por los gritos que se vierten en esa ciudad destruida, se aproxima con el sudor de la sangre que le alimente las ansías de disparar más y más. Ahí lo descubrió. Era un hombre que hablaba y hablaba sentado, tranquilo como esperando la muerte. Su última oración. Era un anciano de muy poca movilidad, eso parecía. La mirada del niño lo asalta inesperadamente. Una mirada fría y hermética conducida por esa vestimenta rasgada de luchador. El niño eleva la metralleta hasta su cintura y apunta. El anciano lo observa tiernamente. Pero él inmune sigue apuntándolo.
-         Termina ya.
-         ¡Qué ocurre¡¡Qué ocurre¡ Por qué me apuntas. A caso quieres terminar conmigo sin saber quien soy. Sin saber que el aire que respiro es el mismo que el tuyo.
El inerme. Con una mirada estática a los ojos del anciano, como el acero, como si por sus venas la palabra escuchar no existiera.
-         Sabes chico lo que estás haciendo ¿Quién eres tú? Que condición posees en esta vida para embarcarme a otro mundo, bajo tierra.
-         Mi condición es la de guerrero valiente. Soy soldado. Y a ti te ha llegado tu última hora- dice sin escrúpulo. Impenetrable.
              Otro sórdido estruendo se escucha más cercano. El anciano se tapa los oídos mientras el niño apunta más directo, en vertical en la frente de aquel hombre.
-         ¡No te muevas¡- grita- el movimiento es símbolo del engaño y a mi tu no me engañas. Tu condición es la muerte, sabes. Porque yo seré esa bala súbita que atraviese tus sienes. Tienes prohibido hablar más.
-         ¡Yo muerte¡- comento en un susurro el anciano
-         Sí, yo te la daré.
-         Acaso no ves los pocos años que me queda, que ya no puedo más.
   El anciano intenta levantarse. Sabe que corre el riesgo pero se siente seguro.
-Estate quieto.
- Dime ¿Quién son tus padres?
  Jason al escuchar aquella pregunta se dibujo en su mente el aspecto de su madre, la entereza de su padre algo difuso. La última vez que estuvo con ellos. El se fue a jugar fuera y un camión con paso acelerado lo arranco de su hogar. No, no le iba dar su nombre, ni el de su familia que tenía prohibido mencionar a ese hombre. Por un instante las explosiones habían cesado pero no por mucho tiempo. Su rostro magullado y ensangrentado se hizo silencio, un silencio que el anciano compartía. No había prisa. Ya no.
-         No. No tengo padres. Soy hijo del ejército. Ellos ya no existen, quizás estén muertos. Sus manos póngalas detrás de su nuca- chilla el niño.
   El anciano le hizo caso. Escuchaba la respiración jadeante de Jason. Parecía hipnotizado, su voz no era natural. La mañana ya había dejado de ser ápice de alguna brisa fresca y el sol calentaba como en un honor. El anciano pensaba como encauzarlo, como salvar su vida ante una muralla infranqueable. Como fraguar la paz en aquel chico y así poderlo salvar de lo que cierto también serían sus últimos días.

   El padre como de costumbre seguía con sus cultivos, con sus pastos. Todos los días cuando llegaba rogaba a su mujer. Pero para ella ya no existía el perdón.

-         Pero mujer. No podemos hacer nada contra ellos.
-         No- contesta ella pensativa.
-         Comprende. El esta muy lejos. Tal vez se halla olvidado de nosotros como muchos otros. Se habrá transformado. De mariposa que alegraba nuestros corazones a una bestia difícil de parar.
-         ¡Qué dices¡ ¡Qué dices¡ Oh, no puede ser. Ahora recuerdo cuando estaba en mi vientre. Cuando daba esas pataditas como diciendo eh estoy aquí y nosotros le hablábamos, le cantábamos. No recuerdas.
-         Si mujer. Pero deja ya el pasado. Ese pasado no te deja ver el presente. Y el presente es este. El en la guerra. Oh, está guerra interminable por ese líquido que nos da la vida, por esas fronteras. Que más da un poquito aquí o un poquito allá. Por qué no todos juntos en armonía. Al fin al cabo somos seres humanos provenientes de la misma raíz. Me vuelves a mirar. Me vuelves a hablar. Por ese lado me siento feliz pero por otro estoy tan acabado. 

- Si, estamos acabados...
                                                                                             Continuará


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