sábado, julio 27, 2013

El niño y el viejo(3ª)

-         Si, estamos acabados. Algunas veces sueño que volaríamos juntos por esos terrenos donde la fecundidad de las tierras nos diera de beber, de comer el aliento de la vida. Otras, derrotada, en la pesadumbre del sudor caigo y caigo por tierras movedizas de donde es imposible respirar ¡Aire¡ Necesito aire- sale de la casa como alma que lleva el diablo y se siente cae. El marido va tras ella- No está ¡No está¡ Me estaré volviendo loca. Algunas veces presiento que nos tocan a la puerta con su pecho herido pero yo con todo mi amor logro hacerle vivir. Otras me atrapan las tinieblas de las profundidades de la tierra y…

-         Mujer. No hables más. Seguro que volverá.
                  Las horas pasan y los astros convencidos del silencio salen con sus halos como nítida nostalgia de un mañana, de un mañana mejor. El anciano mira al niño. El niño mira el anciano.
-         Tú no eres tú. A ti te dominan. Sientes que llevas una vida normal, una vida correcta. Pero ello no es cierto. Te han mentido hijo solo para que sirvas como campo de minas. Baja el arma por favor. No más que sois lágrimas, un mar de sangre de gente inocente.
-         Mientes. Yo me tengo que ir. No siento las explosiones, no escucho a mis compañeros. Debes de morir.
-         ¿Morir yo? No me ves. Acaso estás ciego. Aberrante es lo que han hecho contigo. No pareces ni un ser humano, sino un robot. Solo eres una pieza, un peón que se mueve a favor de esos.
-         No señor. Está usted equivocado. Me muevo al favor de mis ideales.
-         ¿Ideales? Qué ideales son esos, acaso tu los conoces. Solo eres un niño. Y no es que te subestime pero vives en el engaño. Crees lo que otros quieren que creas.  Yo he decidido esto. Hay que exterminar esas alimañas que avasallan a mi pueblo.
-         Siempre el mismo cantar. No. A tu pueblo no lo avasalla nadie. Sois vosotros mismos los creasteis el conflicto y así hemos termino. Cuando uno no quiere los otros tampoco. Mira las estrellas, ellas dicen la verdad ¡Qué luminosidad¡ ¡Qué belleza¡
-         No me desvíe de mi camino señor ¡La belleza de la muerte¡ Su muerte.
-         No. No hijo no. Estás equivocado. Déjate ir ya. Tus amigos, tu familia… Deja esa arma y sueña. Me vas a contestar. Me tienen prohibido soñar. Pero no es así. Estás hipnotizado ¡Tírala¡
                Por unos instantes se quedo sumiso en sus pensamientos. Un cavilar que se alargaba a su familia, a sus amigos. En la mirada se le veía volar en la nostalgia, en la pena, en la desgracia. Algo vibraba en el y se maldecía, maldecía a ese anciano. Nunca le había pasado. Dudaba. No podía apretar el gatillo algo se lo impedía, una fuerza con tal benevolencia que lo hacía tambalearse.
-         No. Me tacharían de cobarde y sería hijo de la huída.
-         Pues huye. Para que más sangre derramada, más injusticia. Gira y gira entorno de las hogueras de la verdadera amistad. Recuerda a tus amigos o acaso no tienes ninguno.
-         Mis amigos. Mi amigo. Llegaba a la noche y yo acurrucado en la tienda. El no descansaba. Iba de un lado a otro diciendo frases incoherentes como una quejido. Todos nos estremecimos. Mirábamos al techo mientras el no paraba, no paraba ¡Gritaba¡¡Gritaba¡ hasta que una bala se cruzo por sus sienes. Y así descanso. Estaba atormentado.
-         ¿Y tu no estás atormentado?
-         Yo señor. No tengo tiempo de pensar.
-         Pues medita.
La oscuridad era absoluta. Todo era silencio. Solo ellos dos en medio de aquellos descalabrados edificios ¡Ellos dos¡ En la incertidumbre de las palabras. Palabras que iban tomando posición en el niño. Ya se le veía retroceder, comprender algo de lo que le decía aquel anciano. No. No podía disparar. Sentía ahora la angustia aberrante de su mejor amigo. Como se disparó en la cabeza para salir de todo aquello. El, el primero en acercarse a él fue el primero en irse. Muchas estaciones envueltos en la misma pesadilla abominable del hombre.  Y si hacía caso a lo que decía aquel hombre colmado de vejez. Algo tenía, algo que lo imantaba a que sus palabras eran certeras. Lo persuadía de las tempestades del día a día como se persuadía la madre ante la presencia de su marido.
-         Me dejas pasar amada mía.
-         Si, pasa.
   Y otra vez ella dejaba que el se acostará en la misma habitación.
      -Siento tus lágrimas pesadas volar a través de los agujeros de tu alma.
      -Si. Entiéndeme.
      - Sigue vivo. Lo sé. Pero no me dejan verlo. Hoy he ido a ese lugar donde están acampados. Estoy tan cansado.
      -¿Tu crees que volverá?
      -Si mujer. Volverá el día menos inesperado.

       Si volverá el día menos inesperado, meditaba ella. La inseguridad la sumergía ahora en un llanto de su espíritu amargado. No quería más discusiones con su marido. A pesar de todo lo quería, lo quería mucho. Había sido un hombre bueno, trabajador. El le acariciaba su melena. Ella se dejaba. Ese calor le transmitía una especie de ilusión. La ilusión de ver a su hijo entre sus brazos. Aunque no sería igual, los años habían pasado. Y el habría cambiado. Pero existía un resquicio de que a lo mejor lo pudiera recuperar. La noche densa, la noche larga. No podía dormir solo darle una y otra vez a su cabeza que como máquina enfebrecida no dejaba de pensar en lo que podía ser y en lo que no. Algún perro se oía ladrar. Algún perro huesudo en busca de alimento. Eso la sostenía en vilo. Su marido descansa. Ella lo mira y cierra sus párpados.

-         Si chillaba. Recuerdo bien esa noche. Esa noche en la que nadie hacia nada. Nadie se movía, ni los superiores. Su cuerpo al amanecer estaba allí. En un mar de sangre, en un mar de tormentos que lo había llevado a acabar con su propia vida. Pero yo no comprendía el por qué. Por qué ellos dicen que hacemos lo correcto.
-         ¿Lo correcto? ¿Destrozar vidas? No. Eso no es vida para nadie. Vives entre calamidades y terrores y ello te llevará como a tu amigo zanjar tu propia vida. Ahora no te das cuenta pero con el tiempo todo se va agudizando.

De repente siente una violenta masa de aguijones oprimiendo su pecho. Se le acelera el pulso. Deja el arma caer como cosa terrible que lo esta ahogando. La noche se alarga se enlaza a un olor desagradable de cadáveres, de miseria.

-         Tranquilo. Haces bien. Ese artefacto es un asesino.
      El chico mira el arma en el suelo. Una distancia quemante lo hace dudar.
-         ¡Qué hago yo ahora¡
-         No te preocupes que no te echarán de menos. Quédate conmigo. Tu eres solo un muerto, entiendes
-         Un muerto.
 Se tambalea, duda. Sus heridas empiezan a sangrar aceleradamente. Parece que va a estallar, pero comprende. Comprende que todo ha sido una suma de errores y que lo han cogido como objeto. Como mina que pisas y explota en miles de pedazos ¿Qué hacer?, se interroga para sus adentros. El toque de queda suena. Ya es tarde para volver al campamento. Lo interrogarían. Lo considerarían como no grato y lo torturarían por creer que sido un chivato. No hay remedio. Solo tiene a ese anciano ante él...
                                                                                                            
                                                                                Continuará...

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